EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Febrero de 2012

 

¿Rosas o espinas?

No siempre todo es lo que parece. De eso da cuenta la sabiduría popular, cuando afirma que no todo lo que brilla es oro. Podríamos darle la vuelta a la frase y afirmar, con un sentido de confianza en la vida, que no necesariamente todo lo que es doloroso es malo, o que detrás de algo en apariencia nocivo se esconde lo que verdaderamente necesitamos. El amor acostumbra a disfrazarse, a mimetizarse en formas y manifestaciones que jamás esperaríamos. Una rosa crece con espinas, sólo que en ocasiones preferimos quedarnos con la herida generada por la espina, que con la caricia y el aroma que nos regala un pétalo.

Muchas veces solemos creer que el amor es esa visión romántica de la vida, enmarcada en corazones rosados, que nos anestesia de los problemas de la existencia; que es el refugio para olvidar lo negativo; que es la miel que nos endulza cada día. Pero el amor va mucho más allá. También es confrontante, retador, y a medida que se va consolidando incluso se torna incómodo. Es por ello que podemos confundir el enamoramiento de los primeros años de la vida en pareja con el amor. Sin embargo, no es en lo fácil en lo que se consolida una relación: es justamente todo lo contrario. El amor crece cuando podemos soportar la incomodidad que nos genera la presencia del otro, cuando crecemos en compañía, superando los obstáculos.

El amor no es necesariamente cómodo. No lo es para nada el regaño de un padre a su hijo porque hizo algo que no le convenía o no tuvo en cuenta un límite concertado en familia. Al hijo le duele el regaño del padre, así como al padre también le duele. Es una incomodidad fruto del amor, de desear lo mejor para el hijo, de permitirle aprender a cumplir sus compromisos y evaluar los riesgos. Tampoco es cómodo el llamado de atención de una maestra a su aprendiz porque no estuvo lo suficientemente atento para aprender la lección; y tampoco es cómoda la conversación responsable en que dos amigos o una pareja se sientan para comentarse lo que les molesta al uno del otro. No es cómodo, y sí es sano.

Nos puede pasar con frecuencia que nos quedamos con el malestar de la incomodidad, con la espina que se nos queda clavada y puede llegar a generar infección.

Si nos diésemos el permiso de ir más allá, de dejarnos permear por la incomodidad y ver la vida desde un punto de vista diferente, podríamos reconocer que el amor a veces se disfraza de reclamo, que el amor se puede engalanar con espinas para que al final disfrutemos de la flor.