Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 20 de Junio de 2015

Otros lugares

 

Vemos el mundo desde el lugar en el que estamos parados. Esto, que parece evidente, no siempre lo tenemos en cuenta. ¿Cuál es ese lugar que ocupamos en la cotidianidad, que repetimos sin darnos cuenta? La pregunta puede generar respuestas de diferentes niveles de profundidad y cada quien la responde desde el momento de aprendizaje en el que esté. Como no es una competencia, no hay respuestas malas ni buenas, solo contestaciones que a cada quien le dan cierto grado de satisfacción para resolver la vida como se va presentando.

Las respuestas evidentes son las de la superficie: ocupamos un lugar desde lo que hacemos, tenemos, añoramos, extrañamos. Y a medida que nos vamos conociendo a nosotros mismos la profundidad de las respuestas se va incrementando, pues lo que está inconsciente se va revelando a medida que avanzamos en conocernos más.

Aparece entonces lo que está oculto, que se las ingenia para salir a flote de vez en cuando. Se revelan las heridas de la infancia, esas que todos arrastramos y que cuesta reconocer. No conozco al primer ser humano que no tenga algún pendiente que resolver con su papá o su mamá, o quienes hayan hecho sus veces. No se trata de culpar a los padres, lo que es bastante común. Se trata de reconocer que ellos hicieron lo mejor posible con la información que tenían. Un padre distante, que no recibió afecto explícitamente, tiene la tendencia a ser inexpresivo con sus hijos. Un padre que experimentó abandono será probablemente un abandonador.  Una madre que fue lastimada en su infancia probablemente lastimará a sus hijos en el afán de corregirles. No son condenas, son herencias transgeneracionales que se pueden cortar, siempre y cuando hagamos consciencia de ellas.

Mientras no ampliemos nuestra propia consciencia repetiremos patrones de acción, pensamiento y emoción. Con heridas no resueltas, viviremos en rabia, odio, melancolía, miedo. Divididos. Nos costará trabajo comprender a los otros.  Mientras no sanemos el juicio y la condena con nosotros mismos y nuestros ancestros, seguiremos juzgando y condenando. Viviremos en guerra, la justificaremos y procuraremos perpetuarla. Claro, eventualmente la aprovecharemos también para enriquecernos. Quienes tienen actitudes belicosas están en conflicto con sus propias historias, consigo mismos, aunque no necesariamente se den cuenta de ello. Están parados en el lugar de la guerra y no conciben otro: sus relaciones están mediadas por esas emociones no resueltas, desde las que descalifican todo lo que sea diferente, con belicismo activo. No hay paz en todo el mundo porque muchos de sus ocho mil millones de habitantes siguen en guerra interior y sin asumir su vida.  Así no hay paz general posible; solo espacios de paz para quienes construyen, conscientemente, otros lugares.

@edoxvargas