Eduardo Vargas Montenegro, Ph.D. | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Marzo de 2016

Nuestras propias liturgias

“Tradiciones sagradas de la sabiduría tienen como base el amor”

 

A medida  que nos damos el permiso de crecer en consciencia -que damos cuenta de nosotros mismos, de nuestras apuestas vitales y también damos cuenta de lo que nos llega de afuera- va cambiando nuestra relación interior y, por ende, la relación con lo de afuera.  Nos vamos conectando cada vez más con lo que realmente somos, con nuestra esencia, y a través de ese vínculo primordial fortalecemos nuestra conexión con el mundo.  En ese proceso de reflexión interior nos percatamos, finalmente, que el Dios en quien creemos no solo está afuera y arriba, sino que está adentro. Deja de ser una idea para convertirse en una experiencia de la cual resulta imposible abstraerse, una comprensión que nos permite asumir la existencia en forma distinta.  Un derecho fundamental del ser humano, aunque no esté reconocido como tal, es el de construir su propia espiritualidad, de relacionarse en forma personal con lo trascendente, lo que constituye en sí un acto profundamente liberador.

Cuando nos adentramos en las tradiciones sagradas de sabiduría, descubrimos que todas tienen como base el amor y nos damos cuenta de que independientemente de las creencias específicas y los rituales propios de cada núcleo de espiritualidad el objetivo es el mismo, la conexión con la primera fuente de todo lo que existe, podemos soltar lo que no nos sirve de las religiones y quedarnos con aquello que sí aporta a la consolidación de una espiritualidad personal.  Tenemos derecho a construir nuestro dios/diosa personal, sin imposiciones externas y sí mediante vivencias, sin distancias que justifiquen intermediarios y sí reconociendo una cercanía tal que resultará imposible no tener esa experiencia trascendental en cada momento de la existencia.  Claro, también tenemos derecho a matricularnos en alguna religión y a seguir pautas de afuera; tal vez sin esa experiencia previa no podríamos llegar a la construcción individual.  Por ello las religiones e iglesias merecen honra, pues nos han permitido vivencias de lo sagrado, que -como todo- tiene  sus alcances y limitaciones. 

Sin embargo,  no estamos condenados a seguir alguna religión para vivir plenamente nuestra espiritualidad.  Podemos crear nuestras propias formas de relacionarnos con lo trascendente, con la unidad, con el principio fundamental de la existencia, que tiene energías femeninas y masculinas por igual.  La palabra liturgia significa, de acuerdo con el diccionario de la RAE, “orden y forma con que se llevan a cabo las ceremonias de culto en las distintas religiones;  y ritual de ceremonias o actos solemnes no religiosos”. Es posible crear esa liturgia personal,  que puede ser compartida amorosamente con quienes también estén en búsquedas espirituales.  Las podemos nutrir mutuamente, como pares, entre iguales, como verdaderos hermanos herederos del mismo amor universal, como hijos todos de esa Consciencia Divina.  Podemos reflexionar sobre esas maneras propias de relacionarnos con esa Inteligencia Superior, que nos abraza y contiene, que no juzga ni condena, de la que proviene todo el amor, comprendido como la fuerza vital que sostiene todo lo que existe. Construyamos nuestras liturgias aquí y ahora.

@edoxvargas