EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Abril de 2014

La tarea de las víctimas

 

Decir  que las víctimas requieren ser reconocidas como tales resulta redundante; tanto, como exigir sus derechos: que sean reparadas y que la justicia actúe con todo su rigor. No por redundante debe dejar de decirse. Es preciso darles voz a la gran cantidad de personas que en nuestras sociedades han sido víctimas desde hace años: de los conflictos armados; la violencia intrafamiliar; la discriminación por razones políticas, étnicas, religiosas, de género u orientación sexual; el desplazamiento forzoso; el desplazamiento económico; el matoneo; el acoso sexual o laboral; la delincuencia común; las venganzas personales. Disculpas si incurro en olvidos. Todas las personas que han sido agredidas necesitan no solamente voz, sino capacidad de acción.  Es aquí donde entra en juego la tarea que corresponde a las víctimas, pues el tema no es solo de derechos, sino también de deberes.

Las víctimas necesitan dejar de serlo. Me explico: si bien es imprescindible para construir sociedades más armónicas que quienes han sido sometidos a algún tipo de vejamen sean visibilizadas, también como sociedad necesitamos apoyarles para salir de la victimización, a sabiendas de que esa decisión será solamente de ellos. Los pedidos de perdón ayudan, y mucho, pero no son suficientes si las personas a quienes se ha agredido no están dispuestas a conceder el perdón.  Mientras ello no suceda, el vínculo entre víctima y victimario prevalecerá, será un círculo inconcluso, que genera vicios en su interior, los del resentimiento, la parálisis y la impotencia.

Hace algunos años, trabajando en investigación social en el Área Metropolitana de Bucaramanga me reuní con un señor en situación de desplazamiento (no desplazado, el rótulo no ayuda). Al preguntarle hacía cuánto estaba en esa condición me contestó que hacía… ¡veinte años! Perdónenme, pero luego de veinte años ya no estaba desplazado: ya había hecho familia, construido un hogar y rehecho la vida, pero seguía comportándose como víctima, renunciando a su propio poder, anclado en un pasado que no se podía transformar. El no sacudirse de la condición de víctima puede terminar siendo una zona de confort para no asumir los retos que plantea la vida, la comodidad de seguir culpando a los otros por las condiciones existenciales que se tienen.

Dejar de ser víctima es un derecho y un deber.  Derecho a resignificar ese evento traumático, sin duda muy doloroso, y que hace parte de la vida. Derecho a soltar a la persona que perpetró el hecho. Derecho a pasar de la pregunta de por qué sucedió, que ata al pasado, a la de para qué sucedió, que abre opciones de futuro.  Derecho y deber de reconstruir su propia vida, en lo que la sociedad debe ser acompañante, mas no muleta. 

@edoxvargas