EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Agosto de 2014

La paz desde adentro

 

Como los seres humanos somos bastante complejos, entendernos a veces cuesta mucho trabajo. Vivimos la vida desde sueños maravillosos y deseos altruistas, pero también desde insensateces, incongruencias y malquerencias. En los primeros aparecen los deseos de paz: abogamos por la paz en el Medio Oriente, subimos fotos sobre la aberrante situación de Gaza, posteamos artículos sobre lo espantoso de Ucrania, nos indignamos con la guerra y nos autodefinimos pacifistas. Pero eso pronto se nos puede olvidar: apenas tenemos oportunidad de insultar al otro, al vecino, al cercano que no anda en Israel, Palestina ni la Europa Oriental, lo hacemos.  Solemos descalificar las posturas del otro solamente porque son diferentes a las nuestras, les llamamos idiotas, estúpidos y les rotulamos con toda suerte de epítetos. ¿Qué nos pasa?

Creo que lo que nos sucede es que, por más viajados y estudiados que seamos, nos hace falta emprender a consciencia el recorrido más importante de todos: el viaje interior. Nos hace falta sanar heridas; carecemos de suficiente auto-observación y seguimos viendo la paja en el ojo ajeno. Nos miramos el ombligo, nos creemos el del mundo, pero no somos capaces del todo de mirar un poco más arriba, a lo profundo de las emociones. Seguimos de pelea con nuestros orígenes, nuestras circunstancias, con el pasado que pasó y que hace parte de la historia, así nos disguste. Entonces emerge el mundo de la apariencia, en el que cualquier cosa se vale para hacernos auto-propaganda y convencer a los otros de nuestra bondad y altruismo, buen disfraz para la ambición desenfrenada.

Sí, conectarse cuesta. A pesar de que ese es el llamado que tiene cada ser humano, no nos gusta mucho escucharlo porque implicaría abandonar nuestras zonas de confort. Conectarse conllevaría sentir compasión hacia nosotros mismos, nuestros inicios; aceptar la vida vivida, sin ocultar nada, integrando cada vivencia.  Conectarnos implicaría atravesar de una vez por todas nuestros dolores, renunciar a la culpa, al sacrificio y al sufrimiento, vaciarnos de lo que no nos sirve. Entonces aparece el miedo: si suelto todo eso, ¿con qué me quedo? El alma sabe con qué: aceptación, responsabilidad, comprensión, respeto por la diferencia. El alma sabe en lo profundo que no hay separación, que somos uno.

Quien insulta y desdeña desde la prepotencia de su saber está lejos de su esencia; puede tener gran conocimiento pero no sabiduría, pues esta no se compra en las bibliotecas más famosas del mundo. Está más próxima, adentro, pero es preciso hacer silencio para poder escucharla. El llamado de paz que hacemos afuera es un triste acto hipócrita si primero no la construimos adentro.  La paz está más cerquita: comienza con la propia vida, aquí, ahora.

@edoxvargas