Petro defraudó de nuevo, porque la gratuidad de su política “Puedo Estudiar”, ni es universal ni ofrece educación continua, durante toda la vida. A sus reformas presuntamente progresistas les faltó magnificencia, y sobró malversación entre los estudiantes subsidiados mediante la Universidad Pública, “Ser Pilo Paga” -últimamente “Generación E”- y los créditos del Icetex, pues eligen garajes o se gradúan en periodos que exceden la normalidad académica: ¡estudien, vagos!
Además del pésimo gobierno corporativo y la mala gerencia en las universidades públicas, desde la Nacional hasta las Marginal, la mayoría de nuestras entidades educativas son empresas nepotistas, que compiten por enriquecer a sus accionistas empobreciendo la calidad. Su empeño es captar clientes, y retenerlos, consintiendo a los docentes incompetentes y presionando a los exigentes para que transijan la vagancia o mediocridad, y eviten la carga de la queja, el escarnio de la abusiva tutela o el descrédito de la deserción.
Infausto, el costo-beneficio de estudiar está cada día menos justificado. Primero, el mercado laboral no incentiva esa opción como proyecto de vida, porque la cotidianidad ocupacional trunca el desarrollo integral y afianza la corrupción. Segundo, el retorno de la inversión es negativo si requiere pagar deudas, y no garantiza (suficiente) prosperidad cuando se sustenta con recursos propios.
Mercantilizada la educación, ahora los proveedores y clientes son empresariales. Por una parte, las grandes tecnológicas posicionaron sus propios programas de certificación, ofreciendo en la práctica más impacto que los acreditados por la mayoría de las universidades. Por otra parte, la minoría que ostenta prestigio internacional acapara la demanda de “Educación Ejecutiva”, mediante las convenientes plataformas “Ed-Tech”.
Desafortunadamente, esa alternativa es deplorable y adolece de los mismos vicios que los medios de información modernos, cuya medida de éxito está determinada por el incremento en el número de clics, apelando al sensacionalismo de los titulares, la falsa publicidad de sus milagrosas soluciones y la manipulación de las recomendaciones en los buscadores.
En este caso, las fugaces modas empresariales obligan a los profesionales a conocer tendencias, aunque no reciban una genuina capacitación (upskilling-reskilling). Infantilizados, apenas aprenden a pronunciar algunos términos, aunque no obtengan las competencias requeridas para demostrar excelencia, mejorar su trabajo o transformar su negocio.
Esto quedó en evidencia con las “ciencias de datos”. Los graduados de esa educación ejecutiva ignoraban los fundamentos de estadística-probabilidad, y acaso podían reproducir algunos comandos para mecanizar la generación de informes recurrentes, aunque no supieran cómo interpretarlos para diseñar intervenciones realistas.
Ahora todo el esfuerzo se destina a la inteligencia artificial, y, supuestamente por unos pocos miles de dólares, puede acceder a cursos titulados con nombres impresionantes, como aquellos a los que nos tienen acostumbrados las pócimas mágicas, y los libros de autoayuda o para “dummies”: “cómo dominar la IA en 10 días” o “hágase rico con la IA en 21 días”.
Discursos pregrabados o en vivo, a lo sumo con alguna práctica, pero sin demostraciones interactivas de aplicaciones reales, porque son ajenas a los “facilitadores”: la versión «X.0» del divorcio Universidad-Empresa. Así pasan las horas, durante algunas semanas, tras las cuales ni los profesionales ni las empresas obtienen un nivel de suficiencia que les permita siquiera contratar adecuadamente alguna consultoría.
Previamente, esos decepcionantes cursos se viralizaban gracias al liderazgo, la innovación y la diversidad. Y todo esto recaudó el módico total de US$ 46,322 millones en 2023, proyectando sobrepasar los US$ 133,794.3 millones en 2033 (Executive Education Program Market Outlook, 2023 to 2033).