Cuando hay elecciones en los países de amplia presencia católica, todavía se encuentran personas que esperan que la Iglesia señale un candidato en particular para darle el voto. La Iglesia ya pasó por esa etapa en algunos momentos de la historia colombiana y de otros países y, siendo sinceros, le fue muy mal. Mal porque después los ganadores de las elecciones creían que la Iglesia le debía obediencia ciega y proselitismo desde los púlpitos. O porque alguien de la jerarquía eclesiástica se sentía líder político y se metía en terrenos ajenos. De manera que esa historia podría estar ya superada, aunque no hay que bajar la guardia nunca. El poder es tentación y si no que lo diga Jesús cuando estuvo en el desierto tentado por el Maligno.
En las décadas recientes lo que han hecho los obispos, lo que hacemos los sacerdotes, es tratar de dar algunos criterios para que cada persona, en actitud de adulto, tome una decisión en conciencia. Entre esos criterios hay uno enfatizado con especial fuerza hoy en día: la búsqueda del bien común. Y vale para escoger un aspirante a cargos públicos, pero también como criterio de acción personal en el mundo. A este criterio se opone quien trabaja solo por un partido político, quien es defensor de los intereses de unos pocos, quien no ve más allá de su propia conveniencia, quien tiene pensamiento de clase social. Ahí no hay interés por el bien común. Y si no lo hay, lo más seguro es que se genere conflicto entre unos pocos y las necesidades de la mayoría de las personas. Es, pues, un criterio simple pero muy claro.
Ahora que está de moda el miedo, vale la pena decir que abarca también y en buena medida al bien común y quién lo creyera. Parece que hay personas a las cuales la idea de la igualdad, la equidad, las oportunidades generalizadas, no les entusiasma mucho y sueñan con que nuestra horrorosa pirámide social siga inamovible. Mala idea. Los países donde la gente vive mejor se caracterizan porque el bienestar está muy extendido y es escandaloso el que algo no sea de esta manera.
La conciencia tiene como misión indicar a la persona el verdadero bien e impulsarla a buscarlo y alertarla sobre el mal que debe ser rechazado. Elegir en conciencia, desde la doctrina social de la Iglesia, no es otra cosa que pensar en cómo llegar a que todas las personas gocen de una vida digna, decorosa, con suficientes medios para progresar y, siempre, pendientes de cómo tender las manos para sostener a quienes todavía no logran todas estas condiciones. Después de estas consideraciones se escoge un nombre, un programa, unas propuestas, no antes. Y nada de esto es perfecto, pero seguro que hay propuestas interesantes y bien intencionadas, sobre las cuales finalmente hay que elegir. Y, si el ciudadano y la ciudadana, invocan al Espíritu Santo con su don de sabiduría antes de tachar (¿?) en el tarjetón a su preferido o preferida, pues seguramente las cosas tendrán buen resultado. De la mano de Dios todo sale bien.