Como si de una paradoja literaria se tratara, mientras en Europa todavía intentamos recomponernos tras uno de los veranos más calientes de los que se tengan registros, los círculos intelectuales de los Estados Unidos discuten fervientemente el ensayo que, a mi juicio, tiene todas las papeletas para convertirse en uno de los mejores libros del año: “The Heat Will Kill You First: Live and Death on a Scorched Planet”. Una espectacular investigación del periodista ecológico Jeff Goodell sobre cómo todos vamos a morir sofocados por nuestra propia desidia e incompetencia si no hacemos algo al respecto. Tan brutalmente crudo como apocalípticamente esperanzador, su texto es una llamada de atención contra el enemigo más letal y silencioso al que nos enfrentaremos jamás.
Con su pluma científicamente rigurosa, Goodell ha creado la obra definitiva sobre el calor y ha conseguido desnudar nuestra mayor debilidad en la lucha contra éste: la absoluta ignorancia sobre la amenaza que representa y el blanqueo de imagen aplicado por ciertos sectores de la industria al paulatino incremento en la temperatura del planeta. Desde la explicación física para dummies sobre aquel fenómeno natural que llamamos calor, hasta los efectos económicos, políticos y sociales del aumento de un par de grados en el mercurio, pasando por la necesidad de exigir responsabilidades legales a las compañías que han contribuido históricamente a esta catástrofe y el uso del calor como arma por algunos gobiernos, el tratado de Goodell es transversalmente atrevido y no deja a nadie indiferente.
Pero quizás uno de los capítulos más impactantes sea, sin duda alguna, el que dedica a la descripción sistemática de una muerte por insolación extrema. Armado con una escalofriante precisión médica y casos reales documentados por la prensa internacional, Goodell detalla paso a paso los efectos físicos del calor en un humano que ha alcanzado el límite de su resistencia. Curiosamente, con la Tierra ardiendo a nuestro alrededor y tantas especies animales padeciendo impunemente por ello, tal vez esas pocas líneas en las que disecciona el fallo multiorgánico de un cuerpo cuyas entrañas literalmente se derriten tras un golpe de calor sea el pasaje que sacuda con mayor violencia al lector.
Una cosa son los números inertes que nos hablan del derretimiento del lejano Ártico y otra es el espóiler sin anestesia de lo que podría pasarnos por dentro si la cosa continúa como va.
Con Europa sudando a mares y el invierno convirtiéndose en un otoño fresco, Goodell sentencia el destino de nuestra raza salvo que consigamos afrontar el desafío del calor extremo como la fuerza extintora de vida que es, ya que, como bien lo menciona en su capítulo final, todos los organismos que habitan el planeta tienen una temperatura máxima que son capaces de soportar. Por ello debemos abandonar las discusiones fútiles sobre la existencia o no del calentamiento global, pues ha llegado el momento de pasar a la acción con medidas que ya no sólo busquen evitarlo, sino que nos preparen en caso de que lleguemos a fracasar. De lo contrario, será demasiado tarde y el calor nos matará primero.