Fue grande la sorpresa por la facilidad con que el presidente Petro conformó una coalición mayoritaria en el Congreso. En el conservatismo, por ejemplo, la opinión fue altamente negativa. Aunque se mantiene la reacción, con el correr de los días empezó a comprenderse un poco el pragmatismo de la decisión. Sin embargo, desde el discurso presidencial en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño se esperaba el choque frontal que se concretó el miércoles pasado con el cambio de gabinete ministerial.
Parece insalvable la distancia sobre la concepción de nuestra Democracia Representativa ahora amenazada por la versión presidencial de la Democracia Directa. “Voy a donde ustedes me lleven”, le dijo a una audiencia de funcionarios y fanáticos. Así lo sigue diciendo frente a los micrófonos. No es el mismo Petro de las conversaciones palaciegas, pero acabó por imponerse el caudillo tropical.
Acostumbrados a estar representados en el Gobierno ganara quien ganara, los viejos partidos no advirtieron que una colaboración en el primer gobierno de izquierda tendría trascendencia programática. Le apostaron a contribuir al cambio social pero no a la ruptura con los valores que los informan. Es evidente, ¡hasta allá no llegan! En la Colombia de la democracia prima el respeto por las instituciones. Para Petro, las instituciones frenan su desmayada revolución.
Por ahora, no se ha querido entender que colaboración no es imposición, que el diálogo produce buenos resultados. Diálogo, no monólogo gubernamental.
Una pregunta: ¿Por qué el Gobierno se la juega por el trámite ordinario de la reforma a la salud que es, por definición, estatutaria? La reforma compromete la libertad del ciudadano- paciente y da pasos serios hacia la estatización del sistema de salud. No hay manera de eludir el trámite estatutario.
Ahora bien, ¿A qué se debe que las propuestas atractivas del presidente Petro deriven en políticas públicas débiles? ¿Quién se puede oponer a la paz total? Cuando se anunció el cese al fuego general el pasado 31 de diciembre brotó alegre un grito de esperanza de las multitudes que brindaban por un año nuevo en tranquilidad y orden. El guayabo fue feroz, se oyó el disparo del Eln: “no nos metan en la misma bolsa con delincuentes”. Luego el Clan del Golfo hizo saber que no lo habían enterado de esa medida. Nadie lo sabía a excepción de pocos en el gobierno. Consignas, apenas consignas, que se frustran por la falta de un diálogo suficiente entre las partes.
Coincido con Mauricio Reina en que la Conferencia Internacional de Venezuela en Bogotá fue una idea que podría consolidar el liderazgo del presidente Petro, en América Latina. El canciller Leyva se la jugó a fondo por el éxito de la audaz convocatoria, y la calidad de los asistentes anunciaba resultados promisorios. Pero… faltaron habilidades diplomáticas. Además, después de cuatro visitas a Maduro, tocaba demostrar la imparcialidad del gobierno anfitrión. El incidente Guaidó fue manejado con impericia. Y, otra vez, el obús vino de los “amigos”: Maduro gritó desde la omnipotencia de su dictadura: “no habrá diálogos mientras no liberen a Alex Saab, devuelvan miles de millones de dólares a Venezuela y la CPI archive la investigación en contra mía”. ¿Fueron estériles los viajes a Venezuela? En todo caso, se reabrió un camino que puede ser largo, pero se reabrió.
Los gestos del Eln y de Maduro demuestran que, con la izquierda violenta, con la izquierda radical, con la izquierda totalitaria, no se logra cambio civilizado alguno.
Por eso, es del lamentar que la vía de la confrontación sea la escogida por el presidente Petro. Se puede estar frustrando en el afán de la política menor la oportunidad de un cambio social a la colombiana, sin extremismos. Optar por esquiroles para horadar la disciplina de las colectividades que le brindaron inicial apoyo es una apuesta temeraria e innoble. La fuerza histórica de los partidos determinará la jugada final en la vieja batalla con Crispín, “el de la antigua farsa”.