La desocupacíón siempre ha constituido un mal social. De allí se pasa a la vagancia como hábito, lo cual es considerado por todas las legislaciones modernas como un estado de especial peligrosidad. Son situaciones en que la tentación del delito vence fácilmente. El que no trabaja y no posee medios propios para atender a sus gastos indispensables, encuéntrase en ocasión propicia para delinquir.
El desempleado cercado por multitud de necesidades inaplazables, se ve forzado a pedir para vivir y si no le dan lo que pide, se lo apropia.
La ociosidad produce la vagancia profesional. El acostumbramiento a no hacer nada conduce a la repulsión inevitable al trabajo.
Ordinariamente la vagancia se conecta con el ambiente del hampa. La convivencia con los antisociales incita a la imitación. Se empieza con el carterismo y se sigue con el hurto ejecutado con violencia que es la antesala de la criminalidad de sangre. Las cuadrillas de malhechores siempre se han visto reforzadas y aumentadas con legiones de desocupados.
La vagancia en departamentos azotados por el flagelo de la violencia es excepcionalmente peligrosa. El clima saturado de tentaciones malévolas estimula poderosamente el crimen. Los desocupados no resisten la instigación de sus propios familiares y amigos que en el camino del crimen han encontrado dinero y hasta fama. La violencia es, pues, la que ejerce mayor atracción en el sector de los desocupados. Parece la gran fatalidad de la llamada “generación de la violencia”.
Se ha dicho que la población colombiana se alimenta pero no se nutre. Y esto a pesar de que es bien sabido que el organismo se sostiene no con lo que come sino con lo que digiere. “Aproximadamente el 50% de las defunciones en Colombia corresponden a niños entre uno y cuatro años, lo que pone de manifiesto la existencia de un grave problema de desnutrición” (Informe técnico de la FAO al Gobierno Nacional).
Con excelente lógica hay quienes sostienen que aun en casos comunes y leves la desnutrición de los trabajadores produce un estado de abulia que disminuye su capacidad productiva y aumenta el número de accidentes de trabajo. A esto agregan otros que parte de lo invertido en educación se desperdicia ya que las personas desnutridas no pueden sacar pleno rendimiento de su capacidad intelectual.
“Los grupos de población mal alimentadas dan señales de descontento y constituyen focos peligrosos de agitación propensos a causar disturbios a la menor provocación”. “No olvidemos esta verdad que el anarquismo internacional conoce –afirma Auad- de sobra, y explota a su debido tiempo para bien de sus designios; todo ser tarado, desnutrido, hambreado, con hambre física actual, humillado y frustrado, está permanentemente en trance de pre-agresividad, de ferocidad. Que ese hombre no puede pensar con la lógica social; que es ya un extraño al grupo, un alienado, un criminal potencial.