Los vientos fríos de agosto mecían los pendones que colgaban de las columnas del Capitolio Nacional mientras caían sobre el auditorio aterido las palabras invitantes y sólidas del joven Presidente Iván Duque Márquez. Vocero de una nueva generación que toma el mando, convocó a la unidad sin hacer transacciones sobre el programa que había expuesto en su intensa campaña por la Presidencia de Colombia. No hizo concesión alguna: reiteró que edificaría su gobierno sobre las bases de la legalidad, el emprendimiento y la lucha contra la corrupción, como camino hacia la siempre esquiva justicia social.
Así lo expresó con la fortaleza patriótica de sus convicciones: “democracia sin principios es anarquía”. Fue sincero y noble el reconociendo al expresidente Álvaro Uribe. El discurso, asimismo, se constituyó en un réquiem al clientelismo enquistado en la relaciones Gobierno-Congreso. Ese cambio tan necesario no se hará sin estremecimientos. Estos llegaran más temprano que tarde. Por ahora, como era de esperar, no hay bancada feliz con el nuevo gabinete de ministros.
Además del impulso a las industrias creativas y, en general, a la economía naranja, es de relevancia especial el compromiso de Duque con las regiones. Estas adquieren cada día más fuerzas en la geopolítica mundial. La llamada Colombia profunda tendrá en el Presidente un portavoz contra su marginalidad y sus angustias, y un constructor de oportunidades para abrir la puerta del progreso, del mejoramiento de la vida rural. No cabe duda de que Colombia es un país de regiones y esa realidad exige instituciones que así lo expresen.
La regionalización es un fenómeno político y, en tanto que político, apunta a una recomposición del poder. Hasta ahora, las fuerzas centralistas han logrado acallar las voces razonadas de la provincia. Sin embargo, la crisis global del Estado-Nación ha planteado la disyuntiva de un nuevo Estado-Región o de la aparición de separatismos. Por eso, acierta el Presidente Duque cuando habla de crear un nuevo modelo de relación entre el gobierno y la región.
El tema es de evidente actualidad. En Latinoamérica, el Estado es, al mismo tiempo, frondoso en burocracia e ineficaz en extender los bienes públicos y en auspiciar el crecimiento de las regiones. La decisión del Presidente Duque responde bien a las urgencias de modernización y democratización del estado colombiano y a las exigencias de integración que reclama la nación. Sus visitas a San Andrés, Tibú y Tumaco, como inicio de su tarea de gobernante, son un mensaje de soberanía en nuestros mares, un anuncio de atención a las necesidades apremiantes de las gentes y un llamado a que impere la ley en todo nuestro vasto territorio: “no cabecillas”; “no patrones”; “no capos”; “no narcotráfico”, solo emprendedores. Está claro: Duque no se distraerá en controversias menores y enfrentará con valor y destreza los retos fundamentales de la Colombia del siglo XXI.
El tono de voz, el gesto de tribuno, sus afirmaciones rotundas, la independencia de su carácter, responden a la sencilla majestad del Presidente de la República de Colombia.
P.S. Un hecho histórico: Marta Lucía Ramírez, primera mujer vicepresidente de la República