Han pasado 64 años desde el triunfo de la tiranía en Cuba, tiempo suficiente para marcar vidas enteras. Entre 1960 y 1962, 14,000 niños cubanos huyeron hacia los Estados Unidos, dejando atrás a sus familias para liberarse del adoctrinamiento y la miseria, en lo que se conoció como la Operación Peter Pan. A los once años, Carlos Eire formó parte de este grupo.
El joven cubano se convertiría en un apasionado de la historia, pero las circunstancias de la época no le permitirían investigar sus raíces honestamente. La academia de los Estados Unidos y el mundo estaba contaminada con actitudes románticas hacia la revolución castrista. El socialismo cubano se presentaba ante el mundo como una alternativa seria de desarrollo para los países más pobres. Empleaba el lenguaje de la liberación y la democracia al mismo tiempo que construía el primer totalitarismo de las Américas, dando a los apologistas de Stalin y Mao una nueva causa política. Para los castristas de traje y corbata, cualquier cubano en el exilio era egoísta, privilegiado e incapaz de alzar su voz con objetividad contra el gobierno que había destruido a su familia.
Fue entonces que Eire optó por alejarse de sus circunstancias, convirtiéndose en uno de los grandes expertos de la historia religiosa de la Europa medieval y moderna temprana. Exploró un pasado convulsionado por los debates entre católicos, luteranos, calvinistas y todo tipo de extremistas religiosos, convencidos de la verdad de sus interpretaciones bíblicas y dispuestos a matar y morir por sus dogmas. Se acostumbró a entender, con una mentalidad abierta, las perspectivas de quienes consideraban que lo espiritual lo era todo, huyendo así del materialismo rígido de la revolución cubana.
No es necesario ser creyente para ser demócrata o buen ciudadano, pero para ser un totalitario convencido, es necesario atribuirle a la revolución la infalibilidad que la cristiandad le atribuye a Dios. Es necesario demoler cualquier noción de lo espiritual, de lo sobrenatural y de lo divino para reducir al mundo a un simple cálculo de lucha de clases. Es necesario acabar con la idea de la igualdad ante los ojos de Dios, bajo cuyo reino cada alma posee dignidad humana incondicional, para sacrificar a miles de personas ante el altar de la igualdad material.
El profesor Eire se dedicó a entender el dogmatismo de antaño, al menos en parte, para derrotar a los dogmatismos que hoy encadenan a grandes segmentos de la humanidad. Con el rigor de sus argumentos y la fuerza de su prosa, ha logrado ser uno de los historiadores latinoamericanos más importantes del mundo. Es profesor permanente de la Universidad de Yale, donde tuve la oportunidad de contar con él como mentor y profesor.
Sus clases de historia religiosa son algunas de las más destacadas de su facultad y sus obras académicas le han merecido abundantes condecoraciones. Sin embargo, su honor más grande es y seguirá siendo el título de “enemigo de la revolución,” otorgado por las autoridades cubanas. Sin haberse dedicado explícitamente a entender la historia de su país, logró ilustrar de manera ejemplar los valores y hábitos que socavan las bases de cualquier sociedad reprimida, partiendo de una profunda convicción religiosa en la importancia de la verdad y la dignidad humana.
Su vida y obra son testamentos al pensamiento crítico, a la honestidad intelectual y a la libertad en todo sentido. Si los países latinoamericanos nos adherimos al espíritu que lo llevó a la excelencia, estoy convencido de que lograremos conservar nuestros estados democráticos.