Reconozco mi ignorancia: no he leído El Espía Que Surgió del Frío, escrita por el británico John le Carré en 1963, pero lo que sí sé es que la historia de vida de Vladimir Putin es digna de novela de espionaje. Antes de convertirse en funcionario predilecto de Boris Yeltsin, presidente de la Federación Rusa, en la que Putin fue nombrado en el 99 Primer Ministro (que allá llaman Presidente del Gobierno) el abogado graduado con honores era experto en contrainteligencia, espiando en tres idiomas que domina: ruso, alemán e inglés. Desde 1975 ya trabajaba en la temible KGB de la ex URSS, con preferencias reveladas por el espionaje de sus paisanos diplomáticos y fue el jefe supremo de esa central de inteligencia hasta inicios de los 90s, habiendo sido luego nombrado decano para asuntos internacionales en la Universidad de Leningrado, facultad para la que -dicen sus detractores soplones- siguió practicando su condición de vigilante de la lealtad de los estudiantes.
Después, como vio de lo que era capaz, se dedicó de lleno a la política. Resultó electo presidente en el 2000 y repitió la dosis en 2004, mismo año en que fue designado presidente de la Comunidad de Estados Independientes, conformada por 12 repúblicas ex soviéticas. Nunca ha negado su delirio de grandeza y lo había dicho con claridad meridiana: “la caída de la Unión Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del Siglo XX”, pero también es pragmático y ha tenido el suficiente tino para disimular sus ímpetus imperiales, manteniendo las riendas, con la tranquilidad de saber que su Rusia heredó de la Unión Soviética un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto y por ello mantiene a raya a USA -cuando intenta hacer maniobras peligrosas en Siria y Venezuela- y a la China, potencia con la que mantiene complicidades sobre lo fundamental.
Su larga presidencia contó, además de enorme popularidad, con índices económicos admirables, que registran un incremento del 72% del PIB y un decrecimiento en un 50% de la pobreza. Como la Constitución prohibía un tercer período consecutivo, lanzó al agua a su títere Dimitri Medvédev, quien ganó la presidencia con amplia mayoría en el 2008 y Putin se reservó para sí el cargo de Premier, es decir, siguió mandando en cuerpo ajeno. En el 2012 ajustó su tercer mandato, asegurándose antes de que el cuatrienio se convirtiera en sexenio y en el 18 ganó de nuevo y su gobierno irá hasta el 2024, cuando ya se las ingeniará para seguir al mando, hasta el fin del mundo.
Pero la gente parece estar cansándose del nuevo Zar. Con miras a las próximas elecciones municipales de otoño, el gobierno mandó vetar a 57 candidatos de la oposición, al líder Alexei Navalny lo metió a la cárcel, lo intentó envenenar en medio de intensas protestas callejeras, y ya habían asesinado al líder Boris Nemtsot, en 2015, saliendo del Kremlin y habían envenenado con gas nervioso al ex espía ruso Segei V. Skripal y a su hija, en Londres, quienes lograron sobrevivir milagrosamente.
Putin, capitalista e imperialista a ultranza, sabe combinar todas las formas de lucha, como ordenaron Marx y Lenin.