Se define al intelectual de carácter como un “hombre de fibra”. Solo en él existe la capacidad para los grandes actos y las grandes decisiones. En forma desafiante asume las consecuencias de las más riesgosas actitudes y posiciones, pase lo que pase. Un pensador expresó: “El talento sin carácter es como la belleza en una mujer sin virtud: un elemento más de prostitución”. De Laureano Gómez en la época de la “hegemonía liberal” comentó Enrique Caballero Escobar: “Cuando intervenía este gigante, solo se oía en el Capitolio rugidos y chasquidos... Daba la sensación de un león frente a una jaula llena de gatos...”
Los intelectuales con frecuencia son violentos, arbitrarios, disparejos pero son combatientes de enorme intuición a quienes, de verdad, solo los arrastra y obsesiona el bien común. Cristo sacudió al mundo cuando sostuvo: “No penséis que vine a meter paz en la tierra; no vine a meter paz, sino espada. Vine a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, y la nuera de su suegra”. Esto originó alarma y pánico. Pensaron, que Jesús había perdido la razón y pretendieron aplacarlo. El contestó: “... Sí. Viene a meter fuego en la tierra y que he de hacer, ¿si ya prendió? ¿Creéis que he venido a dar paz en la tierra? No os lo digo, sino división; desde ahora serán cinco divididos en una sola casa. Tres contra dos y dos contra tres se dividirán; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la hija contra la madre y la madre contra la hija...” (Lucas, XII, 49-54).
El intelectual es por encima de todo “un guerrero en pie de guerra”. Esto lo decimos al leer el impactante libro titulado “Memorias de Juan el ermitaño”, del inigualado estilista César Montoya Ocampo, con un sustantivo prólogo del humanista Miguel Álvarez de los Ríos y un bien logrado concepto de José Miguel Alzate. A pesar de la emoción con que he devorado este volumen, rechazo el aparente desaliento de César Montoya Ocampo por acumular, como yo, tantos y tantos años de existencia, que pareciera que lo único que podemos hacer es comprar en Jardines del Recuerdo un lote estratégico, con una “hermosa vista al más allá”. Y siempre me hablaba muy en serio de sus próximos libros, las traducciones a varios idiomas y la reedición de trabajos de juventud. El humanismo es la medicina del alma. No es la tercera, ni en la cuarta, sino en la quinta edad cuando el águila vuela con mayor firmeza, seguridad y majestad. El mejor regalo que César Montoya ha recibido es el don de la expresión artística: cincel, lira, paleta o una lámpara en el fecundo y enriquecedor silencio de una biblioteca. No es verdad que la intelectualidad es el ejercicio de la soledad.
Alzate Avendaño, a quien tanto admiro César Montoya, en el pleno fragor de la batalla expresó: “Soy un barco que se hunde con las luces encendidas”