Digámoslo de una vez. Como abogado litigante nos fascina, es más, nos apasiona la polémica. Esta palabra debería escribirse siempre con “P” mayúscula y con ganas. Cuando dos están de acuerdo, sobra uno. Si tu amigo no señala tus errores, busca un adversario que te haga esta obra de caridad.
De López Michelsen se decía que prefería los contradictores a los interlocutores. Es el descontento, el inconformismo el que conduce al progreso. La chispa, que prendió el incendio de la Revolución francesa tuvo que ver con la sentencia que decía: “A los reyes los vemos grandes porque los estamos mirando de rodillas” y María Isabel Rueda ha sido una guerrera documentada al máximo y una polemista poderosamente armada de lógica, en nuestro ambiente periodístico. Con frecuencia la gente se alarma por la confrontación dialéctica. Pero es que la esencia de la democracia consiste en disentir, en controvertir, en polemizar con la prodigiosa herramienta de la inteligencia. Solo en los regímenes absolutistas se predica y se practica el “unanimismo”. Impera el derecho a aplaudir. El incienso huele bien, pero termina por tiznar al ídolo.
María Isabel Rueda en muchos de sus escritos y entrevistas asusta por la franqueza y la manera descarnada con que afronta los temas más explosivos del momento social. Y esto es lo que el país y toda comunidad necesita. La adulación adormece, la conciencia hace reaccionar con rapidez y energía.
Empieza a circular el último libro de María Isabel Rueda. Como de costumbre, se agotará rápidamente la edición. La personalidad de esta controvertida combatiente es inquietadora. Dice las cosas con entereza y audacia, aportando enfoques desconocidos y siempre tratando de encontrar la causa de la causa. Expone tesis y teorías en forma rápida, impaciente, acaso sin llegar a las últimas consecuencias. Desafiantemente se apoya en evidencias, documentos y realidades.
El periodismo de María Isabel Rueda se soporta más que en su ingenio, que es avasallante, en su ética y en su moral. Es una mujer de valores y principios. Su carrera ha sido fulgurante. Vicky Dávila, otra periodista de las grandes de Colombia, analiza así a María Isabel Rueda en el prólogo del libro: “...Siempre atareada, infinitamente creativa, con una audacia periodística inigualable, completa y valiente, con carácter suspicaz y tan inteligente. De convicciones firmes al costo que fuere, así conocí hace veintitrés años a María Isabel Rueda, cuando dirigía el noticiero QAP (con María Elvira Samper). Yo era una aspirante a reportera que se embelesaba viéndola ejercer con tanta pasión, pero con tanta decencia, el oficio”.
En el certero reportaje de Carlos Restrepo en El Tiempo, a María Isabel Rueda (VI-19-17) vale la pena destacar algunas de sus opiniones sustanciales: “...Veo el proceso de paz con la ilusión de un niño y el pragmatismo de un viejo... Lo trascendental en el periodista es la credibilidad...Define así a importantes políticos: ... Álvaro Gómez Hurtado, maestro; Alfonso López Michelsen, brillante; Julio César Turbay Ayala, pragmático; Belisario Betancur, soñador; Virgilio Barco, sectario; César Gaviria, jefe; Ernesto Samper, desperdiciado; Andrés Pastrana, incomprendido y Álvaro Uribe, fenómeno.
La inteligencia de María Isabel Rueda es diabólicamente coherente. Dice sí o dice no y mantiene las faldas bien puestas. Busca la excelencia académica en todo. Tiene la idea según la cual el buen periodista es el impugnador incisivo, el que orienta y el que esclarece, pase lo que pase.