“Nada extraordinario ni sorprendente ha ocurrido”
Quienes predijeron el triunfo de Hillary Clinton no tienen por qué darse golpes de pecho. El voto popular fue ganado por la candidata demócrata. Las encuestas generales que sintetiza diariamente el mejor sitio de información política cuantitativa, www.realpolitics.com, no presentan el cálculo medio ponderado –tomando en cuenta colegios electorales- del agregado federal. Si lo hiciera, con seguridad se habría anticipado el triunfo republicano.
Ahora, la mayoría de expertos mediáticos resuelven encontrar a ultranza un extraordinario fenómeno Trump en los Estados oscilantes que, a diferencia del siempre demócrata Oregon o la sempiterna republicana Tennessee, hoy lo son y mañana no. Ohio, Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, cuyas segmentos productivos metalúrgicos han sido los grandes perdedores del Nafta y la penetración china y coreana, hablaron, aunque no fuertemente.
Castigaron suavemente a la candidata demócrata apoyando los trabajadores desempleados -ayer ataviados con el legendario overol azul- a su antípoda económica y social: el multimillonario histrión de Nueva York cuyos insultos xenófobos llegan a los nuevos magos de la metalurgia oriental.
Trump obtuvo 4 millones de votos menos que Romney hace cuatro años y Clinton cinco menos que Obama. El nuevo presidente y la ex secretaria de Estado no salieron sino esporádicamente y sólo por dos o tres puntos del margen de error. Así, el resultado no debe sorprender. La mayoría de analistas -incluido el autor de esta columna- nos dejamos envolver por la mayoría repetitiva pero insignificante de Clinton en las encuestas, ignorando que el porcentaje se movía dentro del margen de error, lo cual dejaba el campo abierto a un triunfo de Trump.
Y ganó el republicano, por ínfima mayoría. El mundo entero conoce sus escándalos e insultos, como también las demandas laborales, multas federales, estafas en que se han involucrado instituciones apadrinadas en el pasado por el presidente electo (por ejemplo, la Universidad Trump) y el secreto que rodea su presentación y pago de impuestos, entre otras circunstancias. También se conocen sus posiciones contradictorias y ambiguas en decenas (literalmente decenas) de tópicos.
En el área de política externa hay cuatro puntos sensibles en los cuales es necesario dar una mirada desapasionada a la postura de Trump: México, Irán, China y Organización del Tratado de Atlántico Norte: muro en la zona sur, revisión del acuerdo nuclear suscrito por la administración Obama con Irán, revisión profunda a la relación comercial con Beijing y posible demanda en la OMC por manipulación de su moneda y, finalmente, exigencia a los miembros de la Otan en el sentido de que asuman mayor responsabilidad económica en el sostenimiento de la institución e implementación de sus objetivos militares.
En las cuatro áreas a Trump asisten razones fundadas: EE.UU. tiene derecho legal y explicación económica en contener su frontera, no a través de un muro logísticamente imposible. El acuerdo suscrito por la administración Obama con Irán es un monstruo pequeño que le permitirá a Irán desarrollar y desplegar finalmente armas nucleares. China juega deslealmente en el comercio internacional manteniendo crónicamente revaluada su moneda y un principio de equidad mínima exige a los países europeos participar en su propia defensa.
Si se analizan, además, los puntos de vista esbozados por Trump en relación con Obamacare y la reaproximación con Cuba, un país donde se mantienen miles de presos políticos y se violan derechos humanos, se cierra un círculo de posiciones sensatas que coinciden con lo que sería el decálogo de venerable y juicioso conservatismo a la Reagan.
Menos histerismo y exhibicionismo -que parece estar dándose-, más respeto y diálogo con sus antagonistas -que ha demostrado tras su elección- elevarían a Trump a una silla presidencial donde medios y élites mediáticas no quisieron verlo. El propio lenguaje gestual del billonario neoyorquino ha cambiado: el vociferante Trump, ojos inyectados en rojo sangre, dedo índice que acusa y labios desencajados se han marchado. ¿Nuevo Reagan?