Estamos ante una verdadera comedia en lo que al poder político se refiere. Y una comedia que sucede a otra. Han empezado a desalojar a los que ocuparon el escenario, no por cuatro u ocho años, sino por unos doscientos, que siempre es tiempito. Hay empujones y empellones. Unos, muy poquitos, sí querían bajarse de semejante lugar tan inhóspito y han empezado a lanzarse desde las ventanas de las embajadas y de otros edificios oficiales. Pero, el grueso de los actores quiere estar allí, unos notables sirviendo realmente a la noble causa del bienestar de la gente, otros esperando que les llegue su infaltable cheque mensual hasta jubilarse y esto acompañado de camionetas, celulares, viajes, prebendas, poco trabajo y teniendo la chanfa segura. No es que se quieran quedar allí por razones insustanciales. Se les entiende.
Pero el acomodador del teatro nacional de la política colombiana, que en nada difiere a la de todos los países del mundo, linterna en mano, está indicando con el dedo índice la salida y que, como suele suceder siempre en estos casos, es por la puerta de atrás y a pie. Las personas, conocidas y no tanto, hacen roña para demorar su salida, dicen que algo se les quedó en el puesto, que van a saludar a un nuevo actor del poder y de pasadita le van a decir que si no los necesita para algo. Se demoran un poco, pero no hay remedio, hay que irse y a casi nadie le importará para dónde se van los que tenían el poder ni qué harán. Ahora el mango del sartén lo tiene otra compañía que, para el caso, nunca la habían admitido para presentarse abiertamente en el teatro oficial del poder colombiano. “¡Desocupen!” gritan estos a los primeros y cierto tono de sarcasmo e ironía tiene su voz. Como quien dice, el que ganó, ganó y el que perdió, se larga.
La nueva comedia comienza pronto y seguramente, siendo el poder su esencia, en últimas será más o menos parecida a lo de siempre. Muy posiblemente, muchos de los nuevos poderosos, se embriagarán y empalagarán con la miel hasta quedar rebotados el resto de sus vidas. Y quizás hagan algún bien a la nación y a las gentes pobres, aunque confieso que me sorprende la dureza con la que algunos de los que fueron algún día pobres, tratan a quienes lo siguen siendo. Es como si les recordara una situación de vida que no quieren volver a experimentar nunca más. Todo eso se dará y seguro cuando les toque volver a bajar del escenario estarán más rozagantes y más ricos, porque si no, “¿el poder para qué?”. Nada nuevo hay bajo el sol.
En medio de estas borracheras del poder ojalá no quede tan lejos de la vista la gente a la cual se le debe servir desde el Estado. Comenzando por los más necesitados. Y si el Estado no es un servidor incondicional de las personas, de la vida y el bien común, no tiene razón de ser. Como quiera que sea, todas las boletas del poder para los próximos cuatro (¿?) años ya están vendidas. ¡Que arranque la nueva función!