Un par de días atrás, los fieles lectores de The New Yorker tuvieron la oportunidad de disfrutar en exclusiva del cuento “Poor Houdini” de Anne Carson, la septuagenaria candidata al Nobel de Literatura. Sin una verdadera intención exhaustiva por agotar el relato de turno que protagoniza su sección “Fiction”, esta publicación semanal sirve como instrumento de precisión para calibrar el pulso de los autores más relevantes de cada momento. Desde Haruki Murakami hasta Vladimir Nabokov, pasando por Annie Ernaux (Nobel 2022), Olga Tokarczuk (Nobel 2018), Philip Roth (Pulitzer 1998) o Colson Whitehead (Pulitzer 2017 y 2020), sólo los auténticos cracks ven sus letras impresas allí.
La historia es un corto extracto sobre el triángulo amoroso que existe entre la narradora, una poetisa en búsqueda constante de sonetos, y dos hermanos, Eddie y James. Todo adosado por las esporádicas reflexiones que emergen de las charlas recurrentes con su amiga Vern. De aquel ejercicio socrático que pretende desvelar las complejidades del corazón, Carson nos invita a pensar sobre la estupidez de la duda que nos hace gravitar alrededor de lo que uno realmente quiere sin ir a por ello, la tiranía personal que emerge del deseo de poseer al otro, la paradoja de que sólo nos gusten fracciones de determinadas personas o nuestro mérito para que se nos confíe la vida de alguien más. Al final del texto el lector podrá tener una cosa por cierta: Carson está muy fina y atraviesa su mejor momento.
Una conclusión que nos aboca al próximo gran dilema canadiense y es que, con dos consagradas autoras en pleno esplendor como Anne Carson y Margaret Atwood, es inevitable vaticinar que, como mínimo, una de las dos va a quedarse sin el Premio Nobel. Atwood disfrutó de un gran momentum tras el éxito de la adaptación de su novela “El Cuento de la Criada”, impulso que se reforzó literariamente tras ganar el Booker Prize en 2019 con su secuela “Los Testamentos”, pero tal vez fue esa misma sobreexposición mediática, un mal del que la Academia Sueca procura alejarse, la que le ha hecho perder fuelle en las casas de apuestas, descolgándose del top 20 en las quinielas del año pasado.
Por su parte, Carson, muchísimo menos distribuida en español que Atwood, lleva una progresión sólida desde su contundente irrupción en 2019, donde fue la favorita de los apostadores para el doble galardón tardío que finalmente se llevarían Olga Tokarczuk y Peter Handke. Desde entonces, su nombre ha fluctuado sin salirse nunca del top 10 y continúa ganando adeptos gracias al gran nivel que está mostrando en textos recientes como “Poor Houdini”, sumado al hecho de que en ella convergen los géneros de la poesía y el ensayo, una mezcla exótica que, de momento, no ha sido laureada.
Tal vez sólo haga falta esperar un par de lustros a que los Nobel concedidos en 2012 a la también canadiense Alice Munro y en 2020 a la poetisa angloparlante Louise Glück, curiosamente también colaboradora de The New Yorker, se aposenten para que Carson tenga su ventana de oportunidad. Estaremos atentos.