El trato a los migrantes | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Julio de 2018

Vi en televisión un reportaje sobre la situación de los niños migrantes en los Estados Unidos. El drama de los niños a los que separan de sus familias, tanto de los nacionales americanos por haber nacido allá como de los migrantes que son apartados a la entrada y metidos en lo que generosamente llaman “jaulas”, lejos de sus padres y tratados como animales, es bien conocido. Pero en el reportaje se trató un aspecto que me conmovió y, en mi calidad de abogado, me repugnó. Niños que son llevados ante jueces para responder ¿de qué?

En una escena, un niño de seis o siete años está sentado en una silla. La silla le queda grande: sus pies cuelgan y sus brazos quedan por debajo del descansabrazos. Tiene puestos unos audífonos para gente grande que le cubren prácticamente la carita. Un juez mal encarado -parecido, sin exagerar, a Cruella de Vil, la bruja de los 101 Dálmatas-, lo interroga sobre temas técnicos que el niño no sabe contestar. Mira asustado a su alrededor.

El niño no tiene abogado. Según informa el reportaje, el sistema no permite que lo asista un abogado de oficio por tratarse de un migrante y porque no se trata de un caso penal. Los abogados pro bono que ofrecen las fundaciones son insuficientes para atender los más de cinco mil casos y las donaciones gubernamentales que reciben no puedan emplearse para esos fines.

Toda la escena es dantesca y horripilante. ¿Cómo es posible –me pregunto-que un sistema jurídico, que se supone respetuoso de los derechos humanos, tolere semejante cosa? En la Constitución colombiana “los derechos de los niños prevalecen sobre los demás”. Este principio no es exclusivo de nuestro sistema legal sino de lógica elemental.  ¿Qué puede sacar un juez en temas de inmigración de un niño de tan corta edad? ¿Qué valor tiene su declaración? ¿A quién, si ese es el propósito, se puede condenar con base en ella? Todo es absurdo y repugnante.

Yo no discuto el derecho de un país a regular la inmigración legal o ilegal. Los países de Europa Central se rehúsan a recibir, de la oleada permanente originada en África y el Medio Oriente, inmigrantes que no sean cristianos. No quieren tener en su territorio terroristas musulmanes. Y tienen razón.

Aunque no me gusta, porque trae remembranzas de la cortina de hierro, propia de regímenes despóticos, los Estados Unidos están en su derecho de construir el muro con México. Pero todo debe hacerse sin espíritu xenofóbico ni retaliatorio, como el que inspira Trump.

Colombia afronta un problema semejante con los venezolanos que huyen de su régimen despótico que los está matando de hambre y por falta de medicamentos. Son refugiados desde el punto de vista humanitario. Pero no los podemos recibir a todos (que pasan ahora de un millón) y hay que controlar su flujo, especialmente ahora que Maduro y sus secuaces nos amenazan de guerra y pueden infiltrar terroristas.

Estos son los problemas del mundo moderno.

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Coda: Se anuncia que para urbanizar el lote de las antiguas instalaciones de Bavaria van a talar el hermoso bosque que las rodea para “sembrar árboles nativos”. Al propio tiempo, los ecologistas se oponen a las podas que se planean para vías o para endurecer el piso de los parques. Hace cinco años derribaron, porque supuestamente eran peligrosos, unos árboles de la quebrada La Vieja y prometieron a mil voces reemplazarlos. Nunca lo hicieron.

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El autor de esta columna se va de vacaciones. Esta reaparecerá, Dios mediante, el 14 de agosto.