El Jefe del Estado sabe que su negociación con las Farc depende de dos citas cruciales: el plebiscito y las elecciones presidenciales del 2018.
Si las pierde, su capital político, absolutamente comprometido en La Habana, se habrá esfumado como por arte de magia.
Por eso, tiene que ganarlas. Ganar el plebiscito significa pasar a la historia ‘de modo distinto a lo que ha sucedido con otros presidentes que también lo intentaron’.
Ganar las presidenciales significa que, más allá del bloque de constitucionalidad, su legado solo será políticamente funcional en la medida en que se mantenga a mediano plazo la complacencia con las Farc.
En resumen, la situación es tan estresante que, aún si la población condenase lo firmado, el Gobierno y las Farc creen que una forma de apagar tamaño incendio sería orquestar apresuradamente una Asamblea Nacional Constituyente.
Pero, entre tanto, lo único cierto es que el ciudadano no renunciará a su derecho de secundar o rechazar el proceso Santos - Timochenko.
Y, como es apenas lógico, ese mecanismo de participación tiene que ser limpio y libre si se quiere garantizar un mínimo grado de gobernabilidad democrática.
Por una parte, limpio significa que ni Gobierno ni funcionarios hagan uso de los recursos públicos para la campaña, que no se manipule ideológicamente la pregunta y que todo esto no termine siendo una simple consulta emocional sobre “la paz”, en abstracto.
Y por otra, libre significa que el dichoso plebiscito no podrá cumplirse bajo la presión de las armas visibles o invisibles de las Farc.
Puesto en otros términos, ¿puede ser libre la participación del ciudadano si el plebiscito se convoca durante aquellos seis meses que durará la “dejación de armas”?
¿Puede ser libre la participación popular si las redes de milicianos de las Farc permanecen intactas, coaccionando al ciudadano para que vote por el ‘Sí’?
¿Cómo se conformará la misión internacional de genuina y masiva supervisión y control electoral que impida la repetición de ciertas maniobras regionales en el conteo de los votos?
En conclusión, si durante los muchos meses que han durado los ceses unilaterales de las Farc ha proliferado la extorsión (tal como ha tenido que reconocerlo el comandante Timoleón), ¿Quién garantizará que el plebiscito no terminará moldeado a imagen y semejanza de tal extorsión, del narcotráfico, la persecución y la amenaza?