Que la economía empresarial está convaleciente es una verdad de a puño. Además del alto índice de desempleo, no es sino darle un vistazo a recientes titulares: “Con IA atenderemos avalancha de empresas en ley de insolvencia”. “Seguridad Social perdió un millón de cotizantes”. Y en entrevista concedida a El Tiempo, el Superintendente de Sociedades sostuvo que “vamos a entrar en una pandemia empresarial, en el sentido de que tendremos un gran número de compañías en situación de insolvencia”.
Y, claro está, en un país que a través del tiempo se ha caracterizado por la estabilidad tanto fiscal como económico-financiera gracias a la práctica institucional de la ortodoxia económica, han abundado los eventos para intercambiar diagnósticos y propuestas para la reactivación económica.
No obstante, hay que decir que no se observan en el panorama las ideas y propuestas necesarias y convenientes para una problemática que, no solo desde lo sanitario sino también desde lo socioeconómico, pide con gritos serenos -hasta ahora-, soluciones que atiendan a la recuperación empresarial pero no solo mirando la “solvencia” sino también, y prioritariamente, el nivel de las inequidades sociales del país. Las mismas que conforman un obsceno impedimento para que la mayoría de colombianos lleven una vida digna, como nos lo ha dejado en cruda evidencia la crisis del Covid-19.
Lo cierto es que para encontrar soluciones socioeconómicas en una crisis inédita como la que vivimos, hay que dejar a un lado -aunque sea temporalmente- algunos paradigmas de la visión neoclásica de la economía. Por ejemplo, si en el paradigma neoclásico las preferencias empresariales son dadas y constantes en el contexto de una economía y un mercado competitivos, en la socioeconomía los actores amoldan sus preferencias a los valores, y especialmente, a las necesidades sentidas de las comunidades. En otras palabras, la socioeconomía aborda las cuestiones analíticas, políticas y morales que surgen en la intersección de la economía y la sociedad, explorando cómo la economía es o debe ser gobernada por las relaciones sociales, las reglas institucionales, las decisiones políticas y los valores culturales.
Así las cosas, miremos un poco, y a medida de ejemplo, el cooperativismo, una de las formas, no la única, de llevar a la realidad la socioeconomía o economía social. En Colombia esta práctica económica alcanzó en 2018 (no encontré datos de 2019) 19,1 billones de pesos de ingresos -el 2,2% del PIB-. Cooperativas como Colanta aportaron 2,9 billones y Copidrogas 1,6 billones, lo cual demuestra su capacidad de intervenir significativamente en el juego económico.
Ahora bien, como dejó claro el Supersociedades, un aspecto crítico de la actualidad económica es el “gran número” de compañías que podrían entrar en situación de insolvencia económica. Y ante esta realidad surge una pregunta: con incentivos gubernamentales como la reforma de la legislación cooperativa -i.e reducción del 50% al 18%, como en Chile, de las reservas legales- ¿pueden varias de esas empresas transformarse en cooperativas asumiendo como parte del capital los pasivos laborales y de seguridad social?