Al terminar de leer la novela póstuma de Gabriel García Márquez, cuya publicación el autor no autorizó en vida, la primera impresión que produce es que no se trata de una novela de la estirpe de “Cien años de soledad”, “El amor en los tiempos del cólera” y “El otoño del patriarca”. Por consiguiente, se trata de una novela corta o un relato largo, que más parece de la etapa anterior a “Cien años de soledad”.
La verdad es que esta novela es de la época de “Memorias de mis putas tristes”. Y parece que comenzó a escribirlas al mismo tiempo, por lo que es posible que una haya influido en la otra, al menos en la escogencia y el tratamiento del tema. “En agosto nos vemos”, García Márquez se sale de la línea del realismo mágico para explorar una temática que tiene que ver con la libertad, en el marco de un matrimonio bien avenido.
Se trata de la historia de una infidelidad matrimonial en que incurre su protagonista Ana Magdalena Bach cada 16 de agosto; fecha en la que visitaba la tumba de su madre en una isla del Caribe que ella había elegido tres días antes de morir para que fuera enterrada. Es como si su progenitora hubiera elegido ese sitio para que su hija encontrara la libertad que creía anhelar.
Ana Magdalena Bach, después de cumplir el ritual de depositar un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre, quedaba desocupada y debía esperar hasta el día siguiente para poder tomar el transbordador que la llevaba de regreso a su residencia. Por ello le quedaba la noche para sus fugaces idilios.
La novela invita a una reflexión sobre la rutina que puede producir un matrimonio de 27 años cuando se han cumplido sus fines, o parte de ellos, que es cuando los hijos toman su destino. En este caso, cuando su hija Micaela decide irse de monja luego de llevar una vida licenciosa y su hijo decide dedicarse por completo a la música, como lo había hecho su esposo durante 40 años. Se trata de una familia de músicos y ella, que había cursado la carrera de Artes y Letras sin graduarse, también entendía de música.
“En agosto nos vemos” plantea el dilema que puede existir entre las nociones de lealtad y de infidelidad, que es un tema recurrente en el análisis de las relaciones de pareja.
Bach, luego de sus aventuras amorosas en el pueblo donde está enterrada su madre, no queda con sentimientos de culpa, ni acude a mecanismos expiatorios para liberarse de ese sentimiento, si hubiera existido. Lo único que le preocupa es el temor a ser descubierta, pero no toleraría que su esposo, que advertía sus cambios de personalidad, hubiera incurrido en una práctica similar.
Hay quienes creen que la novela póstuma de García Márquez tiene algo de sus vivencias personales si tenemos en cuenta que él mismo tuvo una hija extramatrimonial que, si interpretamos en forma amplia el contexto de la novela, ese episodio pudo haber sido la expresión del sentimiento de libertad que el texto de la misma reivindica en Ana Magdalena Bach. Además, describe a Doménico Amaris, el esposo de Ana Magdalena Bach, con expresiones que algunas veces él utilizó para describirse a sí mismo: caricaturista prestidigitador, seductor de salón, bolerista de Agustín Lara y contador de chistes.
Por otro lado, creo que a pesar de que en el texto de la novela aparece refrendado el talento del narrador, la frescura y donosura de su estilo, es evidente que no alcanzó a concluirla -como se ha dicho-, a juzgar por la forma precipitada como termina y la falta de revisión final, no obstante las correcciones de redacción y de estilo que aparecen reproducidas.
Por eso la publicación de la novela, contrariando la voluntad de su autor, no deja de ser una apuesta arriesgada de los hijos del Nobel, porque, en efecto, no se trata de un texto de la escuela del realismo mágico, sino de un relato cautivante y delicioso.