A propósito de la reciente evaluación de las Universidades colombianas, publicada en una reconocida revista, mi Facultad fue reconocida como la cuarta del país para estudiar filosofía. Sin embargo, aún nos hace falta a todas las escuelas, estudiar la figura y el pensamiento de los filósofos colombianos que ocupan diversas tendencias del pensamiento, entre ellos Miguel Antonio Caro, Nicolás Gómez Dávila, Gonzalo Arango Arias, Carlos Vásquez Tamayo, Rafael Gutiérrez Girardot, Danilo Cruz Vélez, Darío Botero Uribe, Estanislao Zuleta, Mario Laserna Pinzón y Fernando González, entre otros.
El filósofo Fernando González, conocido como “El viajero de otraparte”, es una figura casi inexplorada de la filosofía colombiana, quien con sus obras vivenciales aleja al lector ordinario de la comprensión de lo cotidiano.
Su biógrafa, María Helena Uribe de Estrada, fallecida en 2015, me entregó “cernido” a Fernando González y yo he tratado de “despulgarlo” a través de sus frases; de esas “putas” frases -porque González Ochoa fue grosero desde chiquito-, en las que vemos que si bien don Fernando era sinigual, no es un mito, sino un tipo normal, que tuvo ciertas oportunidades y que fue un hombre que pensaba desde el proceso de la vida y tenía esta composición: “El 20% de mi ser es místico; el 10%, peón; el 30% enamorado de la belleza, y el resto bobo”.
El filósofo de Envigado, el “Jardinero”, el “Virgilio envigadeño”, también fue conocido como Maestro de gallardía, de autenticidad, de búsqueda; o báculo, en el cual se encontró una constante: casi nadie considera la posibilidad de estudiarlo, aprehenderlo, definirlo. Se le acercan con terror de perturbar su imagen, o de trastornar la propia, como si quisieran dejarlo detenido dentro de su tiempo, como arriero del camino mismo de la vida, en la cual se adentra en incomprensiones, tristezas y alegrías, que son la verdadera fuente de su filosofía.
Las frases de González reflejan muchas veces tristeza, enfermedad, apatía de ser, antipatía con el mundo, hasta “sobradez”, pues su alma, aunque posee la luz de Dios en el fondo, “es una úlcera” y a veces esa materia sangrienta se emascula en un vómito repugnante hacia el mundo y sus habitantes.
Lamentaba muchas veces no haber sido profeta en su propia tierra, pues quería una patria grande y transparente: “Dadme diez años y veré el fruto de mi obra: una juventud honrada”, decía con un poder convincente e irreverente, con el cual buscó construir la filosofía de la autenticidad para el pueblo americano.
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