Yo, que a la manera de Cioran en sus Aforismos de la Amargura, padezco desde los 12 años “tristeza, un apetito que ninguna desgracia satisface”, sé que soy una enferma mental y por tanto el insulto presidencial me resbala.
Según la Organización Mundial de la Salud, las enfermedades mentales abarcan una amplia variedad de trastornos, cada uno de ellos con características distintas; en líneas generales, se manifiestan como alteraciones en los procesos del razonamiento, el comportamiento, la facultad de reconocer la realidad, las emociones o las relaciones con los demás.
Yo, que no soy médica ni psiquiatra ni psicóloga, sino estratega de comunicaciones y relacionamiento me atrevo a diagnosticar que Santos padece al menos dos de estos trastornos, incapaz como ha sido durante estos siete años y medio de sentir empatía por los colombianos y de comunicarse con nosotros, sus gobernados. A lo mejor sea autista.
“A mí, lo real me produce asma”, como diría Cioran. A mis compatriotas, que son más valientes, la dura realidad creada por el gobierno de Santos los sacó no solo de la esperanza que habíamos alcanzado con Uribe, sino también de la minoría de edad kantiana y por eso aprendieron a decir no.
El no que Santos invalida, incapaz como es de aceptar el disenso y de ver que Colombia si bien no es Venezuela, tampoco es Jauja; hay contracción económica, desempleo de dos dígitos, violencia, inseguridad, crecimiento de los narco cultivos, disidencias de las Farc, bandas criminales que ahora se llaman grupos armados organizados (GAOs) y un Eln en un proceso de paz que ni fu ni fa.
Qué se puede esperar de un presidente que invalida al otro; como dice el dicho “la mona aunque se vista de seda, mona se queda”; el Nobel de Paz no lo convierte en un pacifista; qué se puede esperar de un presidente incapaz de hablar con la oposición, que no es de poca monta. Somos el 50%; ni con sus detractores, un 72% según la más reciente encuesta de Yanhaas.
Si las visiones no coinciden señor presidente, no es porque seamos enfermos mentales, ni tiburones, como ya nos llamó con desprecio en 2012: “Hay mucho tiburón por ahí, pero esos tiburones no nos van a hacer ninguna mella, porque esta nave va a seguir con un rumbo muy definido”.
Ya su suerte está echada y le quedan menos de ocho meses en el poder. Pero su deber como presidente era escuchar al otro, o sea, a nosotros los enfermos mentales para crear una atmósfera de diálogo positivo. Y no fue capaz.
Hoy la gente es más consciente, más informada, no necesita la propaganda presidencial para saber cómo está el país. Las cosas buenas suceden a pesar de usted, porque los enfermos mentales de Colombia son creativos, solidarios, generosos, innovadores, persistentes, emprendedores, tenaces.
Y las cosas malas suceden a su amparo, por acción u omisión, qué más da: asesinato de líderes sociales, corrupción a diestra y siniestra, niños sometidos al hambre escolar, pero usted “no está enterado”. Su frase tan ganadora “Nada ni nada nos hará cambiar de rumbo”, ha sido nuestra ruina mental.
Necesitamos en 2018 un presidente que nos considere un “legítimo otro en la convivencia” como diría el sociólogo chileno Humberto Maturana y no unos enfermos mentales.