Engle & Whitman | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Marzo de 2017

Pocos placeres son tan intensos como saborear el manuscrito perdido de un poeta al que tanto se quiere.

Más aún, si ese escritor ha sido un consumado aventurero: tipógrafo, carpintero, comentarista, maestro de escuela, propagandista.

Y, como si fuera poco, padre de la moderna poesía norteamericana.

Por allá, en 1852, apareció en el clausurado Sunday Dispach la primera de seis partes de una novela corta y anónima, titulada Vida y aventuras de Jack Engle: Una autobiografía en la que el lector encontrará algunas circunstancias que le resultan familiares.

Los editores lo dejaban claro: "El autor ha puesto en nuestras manos el manuscrito completo y nosotros publicaremos semanalmente suficientes ejemplares para permitirles a los lectores que vean el final de la historia".

En efecto, las entregas se hicieron sin falta, los compradores pudieron leer las 36 mil palabras en el tiempo previsto, el periódico cerró sus puertas poco tiempo después y todo quedó en el olvido, sin pena ni gloria.

De hecho, el propio Whitman, quien ya para entonces empezaba a escribir su obra magna, diría más tarde que lo escrito en prosa le tenía sin cuidado y que prefería ignorarlo.

Así las cosas, jamás se reveló el nombre del escritor, los ejemplares del periódico reposaron en la Biblioteca Nacional y a nadie pareció importarle.

Entonces, él dedicó su media vida restante, con todo esmero y paciencia, a sus "Hojas de Hierba" y sus renovadas ediciones, hasta el punto de verse corrigiendo originales en el mismísimo lecho de muerte.

“Yo no compondré un poema / ni la mínima parte de un poema que no haga referencia al alma, / porque, habiendo contemplado los objetos del universo, / compruebo que no hay ninguno, ni la más ínfima parte / de ninguno, que no tenga referencia con el alma. “

Pero siglo y medio más tarde, husmeando entre archivos para su tesis en la Universidad de Houston, Zachary Turpin encontró unos garabatos de Whitman que lo llevaron al jubiloso encuentro con la novela perdida, misma que acaba de editarse para dicha de las letras.

No podía haber otro Jack Engle, no en el mismo periódico en el que aparecían sus columnas, no con el mismo uso intensivo de la primera persona.

Walt Whitman: carpintero, maestro, tipógrafo, poeta.  Y ahora, novelista.