Produce rabia todo lo que está ocurriendo en Colombia por estos días. Lo último, la gota que rebosó la copa, la más acabada cortina de humo para tapar sus falencias, desatinos y, de paso, bordar sus viejos anhelos dictatoriales, fue la idea de Petro de meternos en una Asamblea Constituyente, cuando había prometido en campaña, con letras de plomo, que no la convocaría. Pero ya sabemos de autos que es patética su condición de mitómano en trance de pirómano, dispuesto a incendiar este país si no le copian su libreto.
La gran mayoría de periodistas de Colombia, incluyendo muchos de corte “progre”, coinciden en comentar que el país va por mal camino y que el presidente, al tiempo que pierde legitimidad y credibilidad, se va tornando más agresivo y peligroso, mostrando su perfil autoritario. Ha llegado a desafiar al congreso con el argumento de que si no le aprueban las reformas (laboral, de salud, pensional, etc.) él las acabará aprobando por decreto, o forzará la implementación práctica de su contenido, llegando al extremo de expresar sobre su tal “asamblea de bolsillo”, que “ya empezó el proceso constituyente en la calle”, pateando descaradamente sobre el trípode de la institucionalidad.
Bien nos lo habían enseñado en la universidad, como uno de los principios universales del Derecho, que “quien puede lo más, puede lo menos”; entonces, si Petro puede volverse -motu proprio- en constituyente primario, ¿para qué necesitaría del Congreso de la República y de las Altas Cortes, si “L´État c’est moi”, como diría Luis XIV ? pues tendrá que seguir delirando, hasta que el pueblo colombiano se una -todos a una- en torno del propósito de “invitarlo a bajarse de la nube” y sea tal la magnitud de las marchas programadas para el próximo domingo y las que vendrán, para lograr que el hombre aterrice y se dedique a cumplir con la Constitución y las Leyes que juró acatar fielmente en su posesión y deje de soñar con la inconstitucional prolongación de su perverso cuatrienio.
Ello mientras seguimos pensando, quienes conocimos el gobierno Uribe, que un tercer período presidencial de quien hoy está ad portas de la cárcel por toda una serie de manipulaciones jurídicas, probatorias y judiciales que han montado en su contra, nos hubiera ahorrado un largo, costoso y doloroso proceso de paz de mentiras, hubiera permitido someter a las guerrillas, paramilitares y clanes de todos los pelambres, hubiera reducido a su mínima expresión el secuestro, la extorsión, el narcotráfico y el microtráfico, hubiera acabado de rescatar las carreteras, la actividad agropecuaria, la industria, el comercio, el turismo, la inversión extranjera y todo el mundo, como él mismo, hubiera podido conjugar tres veces el verbo trabajar. El país sería otro, muy distinto al remedo que hoy tenemos al vaivén de los caprichos de un presidente resentido y delirante.
Post-it. Qué bueno poder tener un respiro y cambiar de tema para entrar en el mundo mágico de la literatura. Me quito el sombrero ante dos espectaculares escritoras españolas: Irene Vallejo (“El infinito en un junco”) que nos enseñó con plastilina la fascinante historia de las letras, la cultura y la comunicación social, y Paloma Sánchez (“El alma de las piedras”) quien nos metió a recorrer los dramáticos e intrincados caminos de Santiago de Compostela de antaño, empedrados de criminales y peligros escalofriantes del tipo libreto Indiana Jones. Como de película.