Continuamos atisbando para el Norte, descansando de este turbio panorama político colombiano, enfangado por “el cambio”.
Para nuestra toma I, recordemos, recorrimos líneas siguiendo al escritor y periodista Andrés Oppenheimer, quien investigó en Finlandia la aproximación a la felicidad. Ahora repasamos al escritor Jared Diamond, autor de “Crisis”, profesor universitario en EEUU de geografía y biología evolutiva, en quien nos apoyamos hoy para otear la historia- sin ocultar la “complicada” geografía- de ese país escandinavo que tiene, al este, un vecino muy peligroso, que hoy responde al nombre de Rusia. Con la antigua URSS sostuvo refriegas sangrientas entre 1939 y 1940, que le costaron la pérdida de Viipuri, su segunda ciudad más grande, al igual que una décima parte del país; y la sacaron barata, porque los soviéticos querían apoderarse de cuatro países bálticos y lo logró con tres: Estonia, Letonia y Lituania. Finlandia opuso una resistencia tan feroz, que logró salvar su independencia.
Primero fue una guerra civil, en 1918, donde se metieron la Rusia bolchevique y el II Imperio Alemán; luego aparece Hitler en el mapa de Alemania y también se interesó en Finlandia, pero el Führer, al verla asediada por su archienemigo, Stalin, le ayudó a enfrentar el comunismo, que aspiraba hacerse al poder en el país escandinavo, y éste tuvo que aliarse con los germanos, por mero instinto de conservación. Durante esos cruciales años, hasta el 44, no obstante el difícil ejercicio de su “Diplomacia Pragmática”, nuestros amigos finlandeses perdieron en guerra a casi 100 mil hombres, que representaba el 2.5% de la población, pero al menos conservaron su independencia. Son unos “Finos” guerreros vikingos, como para “quitarse el casco”.
Y así estuvieron mirándose de manera oblicua, Finlandia, una democracia liberal capitalista y la URSS, una dictadura comunista, y aquélla tuvo que hacer equilibrio sobre la cuerda floja entre Alemania y URSS, primero, y entre la URSS y la Comunidad Europea, después. Su diplomacia realista la salvó. Cedió terreno frente a la URSS, pero no tanto y pudo, simultáneamente, acercarse a la CEE. Sirvió de puente y ruta clave para el envío de mercancías a los soviéticos, para compartir la alta tecnología, a ellos les construía barcos y rompehielos y era su gran socio comercial. Mantenía su estatus de nación privilegiada para la URSS pero guardando, milagrosamente, su condición de independencia.
Admirables en lo militar, pero también con elevados pergaminos por su educación (todos los miembros de la Policía finlandesa tienen título universitario), por sus músicos, arquitectos y atletas olímpicos. Es el primer productor de ingenieros, líder mundial de alta tecnología, casi la mitad del PIB proviene de su maquinaria pesada y productos manufacturados, superando ya la era de las exportaciones de madera y silvicultura y, para tornar a Oppenheimer, sigue encabezando el ranking de felicidad, por su vida material cómoda pero, en el fondo, son seres tristes.
Nuestro filandeño, en cambio, sigue, muy orondo, el ritmo de los colombianos, cuya felicidad es extraña, habida cuenta de su pobreza, niveles de corrupción, inseguridad y el tener que soportar gobiernos como el actual. Pero el clima, esas montañas andinas, la bandeja paisa, el sancocho, el aguardientico, la cumbiamba y el componente de relaciones interpersonales cercanas y cálidas, permiten que viva “lleno de contento”.
Post-it. Cómo extrañamos la columna de los martes de nuestro maestro Rafael Nieto Navia. Pronta recuperación para el connotado internacionalista y notable escritor.