Un criminal se asoma por la ventana de un hotel y acribilla a bala a más de cincuenta personas y hiere a centenares que estaban en la inocente y feliz ocupación de escuchar un concierto. Otro de la misma calaña decide subir su automóvil a un andén y atropellar a unas personas que caminaban libres y felices. En Colombia, otros rufianes solían detener a los vehículos que transitaban por las carreteras y en las famosas pescas milagrosas se llevaban bienes y personas, las cuales quizás iban de paseo gozando los paisajes o rumbo a sus lugares de trabajo. Difícil saber con precisión qué es lo que lleva a estos criminales a interrumpir mortalmente el transcurrir feliz y tranquilo de la humanidad. ¿Acaso les da asco que otros sean felices y libres? ¿Les molesta ver sonreír a la gente? ¿Les irrita profundamente ver gente que está unida, o en familia, o disfrutando los bienes que ha conseguido con trabajo y sudor?
Tal vez desde los días del auge del marxismo el odio resolvió pronunciar un discurso permanente y corrosivo. Su afirmación esencial es que todo el que esté feliz es sospechoso. No se admite que haya gente que vea la vida con optimismo y que encuentre motivos de alegría. Estas ideologías no quieren tanto la felicidad de todos, como destruir lo que esté bien hecho y cause felicidad a un grupo de personas, aunque todavía no a todas. Por esta razón, hay que volver a pensar los discursos de crítica social porque pueden estar viendo uno de sus engendros más terribles. Está claro que en todo el mundo queda mucho por hacer para que la humanidad, ojalá toda, llegue a vivir digna y felizmente. Pero un discurso ácido, de sospecha permanente, que llegue a mentes débiles y enceguecidas puede producir estos hechos macabros. Y lo preocupante es que estas carretas ideológicas hoy no tienen el más mínimo obstáculo para llegar al universo entero.
La historia es muy aleccionante y nadie puede decir de esta agua no beberé. A la Iglesia, por ejemplo, siempre se le criticó que tuviera listas de libros prohibidos o que censurara ciertas lecturas por considerarlas nocivas para el alma. Hoy, esos mismos críticos, no saben qué hacer para que no se admita todo tipo de comunicación en redes pues están viendo consecuencias impredecibles y muy destructivas. Eso de pensar que toda la humanidad está en capacidad de decidir lo que debe hacer y que debe poder consumir todo lo que se le ofrezca es un espejismo. Masacres, grupos armados ilegales, lobos solitarios asesinos, colectivos urbanos agresivos, nos están demostrando que las palabras dichas de cualquier forma, con contenidos irreflexivos, sin título ni autor conocido, son germen de las peores muestras de crueldad humana.
La felicidad de otros se está convirtiendo en la falsa causa para agredir sin contemplación a las personas. La crítica a todo lo que beneficia a muchos, está siendo tierra abonada para los orates. Hora de encontrar a los incendiarios que tiran la piedra y esconden la mano.