Contra el brote racista de Mestalla se han puesto las pilas todas las partes interpeladas. Policía, fiscales, clubes de fútbol, los organismos federativos, Gobierno, partidos políticos, medios de comunicación y opinión pública en general. Sana respuesta.
Sana e incompatible con la desproporcionada e injusta acusación contra el supuesto racismo de los españoles. Ni siquiera el de los seguidores del Valencia, que no hacen sino condenar la conducta de quienes insultaron a un jugador del equipo contrario por el color de su piel.
Son conductas vinculadas a la intolerancia. Y al odio, incluso en el terreno judicial (artículo 510 del Código Penal). Pero hay que decirlo todo y no callar nada en un intento -fallido tan a menudo- de evitar conclusiones injustas. Quien desprecia o insulta a otra persona incurre en ese tipo de comportamientos. Y eso ocurre en los gestos, las palabras o las actitudes que llevan una carga ofensiva, humillante e intimidatoria hacia un colectivo. En esta descripción también encaja la bofetada de Vinicius a un adversario (le costó la tarjeta roja) y sus gestos despectivos hacia el público valencianista.
Esto no supone justificar el racismo, que es injustificable. Me limito a señalar la asimetría argumental que se observa en los razonamientos que se agotan en una profesión pública de antirracismo sin tener en cuenta otras circunstancias cosidas al caso. Por ejemplo, la calidad del jugador, su actitud provocadora y la psicología de la masa en un estadio. Sin olvidar el hecho de que estamos en campaña electoral. Todo eso, a mi juicio, ha contribuido a sacar las cosas de quicio.
No habría caso si Vinicius no disfrutase sembrando el pánico entre futbolistas y seguidores del equipo contrario. Nada nuevo en el ecosistema del futbol nacional. Pero convertir el comportamiento racista de unos cuantos en indicador del supuesto racismo de los españoles me parece muy exagerado. Es una generalización injusta con los millones de españoles contrarios a las conductas racistas. En 2022 se produjeron más de 600.000 casos de robo o hurto en España, el 1000 % mas que los casos de racismo investigados en el mismo periodo, pero a nadie se le ocurre decir que España es un país de ladrones.
Podríamos abrir un debate sobre si los gritos racistas de una parte del público son más o menos graves que la provocadora arrogancia de Vinicius, pero no es aconsejable en el inflamado clima prelectoral que tan excitados tiene a los "putos rojos de mierda" frente a los "putos fachas de mierda", según las pedradas verbales que se intercambian a diario unos y otros. También son conductas de odio, pero están normalizadas y nadie se pone tan estupendo ante ellas como los que van de campeones de los derechos humanos por cuenta de los gritos racistas contra Vinicius.