Le estaba parando bolas a la recomendación de Bernardo, uno de mis 12 hermanos supérstites y el único comerciante, abogado y filósofo que conozco: “hay que dejar de oír y ver noticieros, que son fábrica de stress”. Pero la semana pasada tuve una recaída, me puse a mirar noticieros y mi mente se remontó a finales de los años 90’s hasta mediados del 2002, antes de que llegara Álvaro Uribe con su Seguridad Democrática a imponer el orden en un país asediado por las guerrillas y cuando las carreteras eran un macabro recorrido de pescas milagrosas con un asfalto revuelto con buses y tractomulas retorcidos, cosa que me tocó vivir en carne propia en el Sur del Cesar, de viaje a Bucaramanga o hacia la Costa Atlántica. Se trata de episodios que muchos no recuerdan y que la juventud no conoce. Lo que se ve en la pantalla, otra vez, son los mismos atentados terroristas, los retenes ilegales en carreteras, ocho muertos entre civiles y oficiales y casi 200 vehículos incinerados en una cuarta parte de nuestra geografía Patria en la reacción violenta del narcoterrorista Clan del Golfo por la extradición de su jefe Otoniel.
Porque en las ciudades, la misma vaina: un puro reguero de sangre, hurtos agravados, extorsiones, violaciones y asesinatos de niñas… y de huida me pasé para un telenoticiero capitalino y casi llego al soponcio, pues esa ciudad se convirtió, triste reconocerlo, en una selva de cemento completamente invivible. Es la trágica realidad de Colombia. Estamos en guerra, ¿y saben por qué? Porque el negocio de la cocaína se apoderó del país y el único remedio para combatirlo, el glifosato, no lo permiten los ambientalistas ni las altas cortes y cuando el Ministerio de Defensa ordena alguna reacción de las Fuerzas Armadas, Petro y sus alfiles lo citan a mociones de censura (esa cartera ya lleva 7). Estamos en una nueva edición de la “Patria Boba” y si no se combate la droga como debe ser, nuestro país será inviable, el orden público estará desquiciado, no habrá seguridad en campos ni ciudades y quedaremos, pues, en “modo guerra”.
Eso en el tema del orden público, porque en el aspecto político electoral también estamos graves. El fuerte candidato de la extrema izquierda -a derrotar en las urnas como un propósito de salvación nacional- tiene montada toda una campaña de infiltración en las huestes contrarias, para desprestigiarlas y sabotearlas y se ha dedicado a visitar a los grandes delincuentes ya condenados o en capilla de serlo, para ofrecerles “perdón social” a cambio de votos y de jugosos aportes. O sea, todo apunta a que en un eventual gobierno del Pacto Histórico no habría extradiciones a Estados Unidos y se permitirían -sin legalizarlos ni combatirlos- los cultivos ilícitos…
Ello bien encaja en la palanca pactada por Farc-Santos al preconizar la sustitución voluntaria de cultivos, es decir, neutro, porque estamos ante el mejor negocio de la historia, tan bueno que hasta varios de los representantes de nuestros “mayores y mayoras” ancestrales se le metieron de lleno, porque la corrupción no tiene color de piel.
Post-it. Al alcalde Quintero se le torció la palanca de cambios y salió para “latonería y pinturita”.