Esperanza | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Junio de 2019

“La suerte de Cartagena es de todos”

 

Camino por la Avenida Santander desde el tradicional barrio de El Cabrero hacia Bocagrande mientras mi corazón se sofoca con la sensación térmica de 45 grados que esta mañana Google me anunció para la jornada en mi nueva morada sobre la tierra.

He olvidado mi sombrero aguadeño y me cubro del fogaje con un destartalado ejemplar de Hojas de Hierba que aún pervive en mi biblioteca como un legado de la lejana adolescencia. La voz de Walt Whitman estalla en mi cabeza mientras yo, que tengo por patria chica la más xenófoba y chauvinista de las ciudades, hago digestión de las palabras que acabo de escuchar en una tertulia de seudo expertos: el tema de Cartagena es de los cartageneros.

 “Esta es la ciudad. Y yo soy un ciudadano de la ciudad, y lo que interesa a los ciudadanos de la ciudad me interesa a mí: la política, la guerra, el periódico, el mercado, las escuelas, el alcalde y los concejos, los bancos, las tarifas, las fábricas, los vapores, los bienes raíces y los bienes mostrencos”. Habla por mi boca desde el más allá el poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense cuyo bicentenario hemos festejado en mayo pasado.

Me temo que, para mí, esta no es como La ciudad en que no existo, de Mario Benedetti; la suerte de Cartagena me importa a mí; aquí donde 11 alcaldes han gobernado en tan solo seis años, donde el abstencionismo ha logrado el récord del 77%, donde reina la desesperanza y las estadísticas muestran que ocho de cada diez personas creen que la suerte está echada, desde hace medio año yo respiro, sueño, transpiro, trabajo, resido, pienso, escribo y sublimo la nostalgia.

Cartagena, tan parecida a veces a la Ciudad sin esperanza de Jairo Aníbal Niño, donde solo el 22% de sus pobladores tiene optimismo y apenas el 44% se siente orgulloso de esta urbe de postal, me duele como en el pasado me dolieron Medellín, Cali y Bogotá, porque en sus entrañas yo amé y fui amada.

Yo, que puedo repetir con Eduardo Galeano: “Estoy solo en la ciudad extranjera, y a nadie conozco, y no entiendo la lengua que aquí hablan”, estoy amando a Cartagena desde el asombro y la vivo cotidianamente con la gratitud que se le prodiga a una madre nutricia.

La suerte de Cartagena es de todos; nos debe doler de sur a norte y de oriente a occidente, como una herida abierta. Mientras más personas vuelquen su mirada y esfuerzos sobre ella, mejor. La omnipresencia de Martha Lucía Ramírez atosiga; pero le hace bien a la ciudad; porque ella quiere a la ciudad con amor verdadero y bueno.