Extravíos | El Nuevo Siglo
Viernes, 31 de Agosto de 2018

Marta Lucía Ramírez, convaleciente, ha anunciado por micrófono que en asuntos éticos en el gobierno “no nos queremos limitar simplemente a las leyes que sancionan a los corruptos, queremos ir mucho más allá para ver cómo prevenimos la corrupción”.

La Vicepresidenta proclama incluso la creación de un “bloque de búsqueda” porque además “hay muchos informes que muestran cuáles son las entidades más proclives a actos de corrupción y vamos a concentrarnos en ellas”.

 

Creo que esto no funcionará, aunque hemos andado un largo camino desde los días en que el letrado presidente de Colombia Julio César Turbay Ayala prometió reducir la corrupción a sus “justas proporciones”.

 

Somos corruptos porque la ética se extravió.

Los profetas de la catástrofe creen que en cuestiones éticas ya tocamos fondo. Lamento decir que ojalá fuera así, porque entonces, tendríamos que buscar la salida. Nuestra situación es mucho peor: a placer gozamos de un relativismo moral que nos permite ser acomodaticios, complacientes y contemporizadores con conductas que van en contravía de principios fundamentales de la civilidad.

El relativismo en filosofía preconiza que todos los puntos de vista son igualmente válidos y que toda la verdad es relativa al individuo. Se ve bien. Pero la cosa se vuelve compleja cuando se extrapola a la ética porque entonces esta empieza a depender de cada situación y de cada sujeto, no obstante que hay unos mínimos éticos no negociables asumidos por las sociedades civilizadas como parte del contrato social. Algunos están en la ley mosaica. Otros, en nuestras leyes.

El relativismo nos hace dudar de la existencia del bien y del mal llevándonos a una tolerancia social frente a lo antiético. Richard D. Brandt, en su Teoría Ética, afirma que “el relativismo ético se puede interpretar, de un modo estricto, como si indicara que no existe distinción alguna entre lo que es justo y lo que es injusto”.

La ética pública es un conjunto de valores que comparte una sociedad moralmente pluralista, estéticamente variopinta; y no se puede confundir con lo legal. Para ser ético en lo público, no basta ser legal; se necesita prudencia, ejercer el criterio, el juicio para discernir, el valor para disentir, para ser insumiso y saber decir no, cuando la conciencia avisa. Tampoco “es un arma arrojadiza ni munición destinada a pegarle buenos cañonazos al prójimo en su propia estima”, como bien lo dijo Fernando Savater en Ética para Amador, aunque a uno le den ganas.

Ser ético es saber que uno nunca es lo bastante bueno y que a veces toca ir contra corriente, contra lo que se puede y no se debe hacer. En inglés el verbo poder tiene matices; por eso existe la diciente expresión “you can, but you may not”, talanquera semántica para evitar hacer todo lo que uno puede hacer y no debe. Pero qué muros vamos a tener que nos pongan a salvo de nosotros mismos si la justicia cojea y no llega, el crimen sí paga, a los pillos la historia los absuelve y no existe sanción social.

Los colombianos no vamos a recomponer el rumbo esperando milagros de los gobernantes de turno, así tengan como Marta Lucía la mejor intención, sino quizás con el pequeño acto cotidiano de abstenernos de corromper lo que tocamos.

Se necesita más filosofía y menos cazadores de corruptos.