Fanatismo y libros quemados | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Diciembre de 2017

La expresión “fanático” se asignaba a los sabios presos de un delirio sagrado. Es la defensa exaltada y excluyente de una idea o una causa, así como el empleo de todos los medios para imponerla. El fanatismo poco sabe de matices o términos flexibles. Todo lo ve en blanco y negro, bueno o malo, perfecto o despreciable.

El fanático tiene hondas convicciones y no soporta que el “otro piense diferente”. No concibe el cambio de convicciones.

Son muy semejantes los comportamientos del “fanático” y del “sectario”. Al sectario le interesa sobremanera lograr que todos - no importa el medio- acepten sus ideas. Se trata de una actitud irracional, pasional y enceguecida.

Ciertos ambientes políticos, religiosos, sociales e históricos, estimulan el fanatismo. Para algunos el fanatismo ha sido útil en ciertas oportunidades especiales para defender patrióticamente la integridad territorial, de una nación o posiciones ideológicas en momentos difíciles, ante el imperialismo invasor. Pero también ha sido funesto y catastrófico, pues ha originado el derramamiento de ríos de sangre en guerras feroces por diversas causas.

El Papa Paulo III mandó formar el índice de los libros prohibidos y la Inquisición en Roma en 1542. El fanatismo religioso en la Gran Bretaña fomentó guerras sangrientas. “El puritanismo” también prohijó encuentros bárbaros con infinidad de muertos. El islamismo mantiene vivo el más profundo odio contra los que considera sus adversarios.

Muchísimos han muerto en los cadalsos en los siglos de persecución política y religiosa. Paradójicamente las “iglesias hablan de la hermandad” y a pesar de esto han sido intransigentes con los que llaman infieles. Los llaman apóstatas, herejes, descreídos.

España fue de enorme crueldad contra los moros. Es triste el recuerdo de pueblos inocentes degollados al pie de los altares, los reyes envenenados o asesinados a puñal. En mi primer viaje a España me impresionó ver este aviso en el cementerio de Madrid: “Aquí yace media España, víctima del sectarismo de la otra media

Por intolerancia ardieron libros de miles de autores. Citemos algunos: Copérnico, Lutero, Sigmund Freud, Lenin, Stefan Zweig, Charles Darwin, Carlos Marx, Mijaíl Bakunin, Voltaire, Giordano Bruno, William Penn, Zwinglio. La costumbre de reducir a cenizas libros es tan antigua como el hombre.

Tan fanático es el que muere por defender a un rey, como el que lo extermina. Todo extremo es perverso y mortífero. El sectario, al pensar que es dueño de la “verdad revelada”, se cree autorizado para matar al ignorante o al supuestamente extraviado o equivocado.

 

Si todo lo toleramos, si todo lo aceptamos, si el hombre o la sociedad no tienen ideas, valores y principios, carece de significación moral y de trascendencia humanística. El amorfismo ideológico es caótico y repugnante. Al mundo lo mueven las ideas. Rechacemos el sectarismo, critiquemos el fanatismo, pero sin caer en lo amorfo, en la despersonalización, en la claudicación. Una sociedad sin personalidad ética no merece vivir.

El fanatismo y el sectarismo deberían estar ausentes de la docencia. La civilización tiene como esencia el diálogo constructivo, la controversia inteligente. La cultura es pluralismo.