Cómo no decir no, si coincido con lo expresado por el expresidente Andrés Pastrana en La W: “hablar con Timochenko hoy es como hablar con Rafael Núñez en 1886. El líder de las Farc dirigirá una bancada de 26 parlamentarios, manejará 26 zonas de distensión, estará al frente de una cadena de 31 emisoras y un canal de televisión y guiará una reforma agraria de varios millones de hectáreas".
Cómo no decir no, si leí de cabo a rabo el denominado Acuerdo Final y creo que quedaremos hipotecados como nación para darle juego político y cupo en la civilidad a las Farc; Timochenko y sus secuaces bien pudieron haber elegido en el pasado otros caminos antes de arremeter desde la cobardía contra todo un país.
Cómo no decir no, si el plebiscito es una perdedera de tiempo que solo servirá para que Santos de pronto remonte en las adversas encuestas; pero al denominado Acuerdo Final, le servirá de nada porque para que se materialice lo suscrito en La Habana tiene que convertirse en proyectos de Ley y lograr la bendición del Congreso.
Cómo no decir no, si no les creo ni poquito a estos lobos soberbios y envanecidos porque nos metieron un gol de taquito cuando ya estábamos cansados de cuatro años a manteles en la mesa cubana.
Cómo no decir no, si los muy marrulleros se hicieron los bobos con su botín de monedas recaudadas con secuestro, “boleteo” y narcotráfico en vez de entregar ese dinero fácil al reguero de huérfanos dejado a su paso, como una módica indemnización existencial.
Cómo no decir no, si no creo que un puñado de bandidos sin doblegarse ante el sistema puedan representar a un país entero en el Legislativo habiendo mostrado además que se creen superiores a nuestra Justicia ya que por eso se inventaron una instancia jurídica internacional e intocable.
Cómo no decir no, si no soporto las amenazas desde el Ejecutivo ni la certeza de lo que cobrarán por ventanilla quienes portan palomita en las solapas, me digo mientras recuerdo a Pascal, Cartas Provinciales, y tengo la certeza de que el corazón y la razón me están acercando a este plebiscito de manera diferente.
Entonces el corazón me permite hacer un acto de fe y sin abdicar a los argumentos del no ni arrodillarme ante los áulicos del sí, dejo de ser un sujeto individual y decido por una vez en mi vida convertirme en parte de un pueblo.