El World Happiness Report acaba de decir que ya no somos el país más feliz del mundo sino el número 36 y creo que no es porque nos falte salud (aunque el sistema sea infame), o ingresos (aunque la economía está ras con ras), o libertad (elegimos mal, muy mal, pero somos democracia), o porque el gobierno de Santos sea el peor de la historia (con un pírrico 21% de favorabilidad), sino porque somos unos narcisistas incapaces de mirar más allá de nuestro entorno, me digo a mí misma mientras vuelo a ciudades pequeñas donde la felicidad se materializa con pequeñas acciones.
Desde el aire solo se ven las suertes maduras, materia prima de los ingenios azucareros. El paisaje es un poblado interminable de recovecos, cañas verdes y erectas que forman paredes. Tierra extendida sobre sí misma. “Dignifiquemos a las personas, no a la pobreza; la pobreza es indigna y excluyente”.
Hemos cruzado el flanco occidental de la Cordillera Central. Por la ventanilla se divisan abigarrados paisajes de cafetales que comparten los surcos con las matas cargadas de plátanos formando un tapiz verde botella. “Nos estamos distinguiendo entre todos”.
Pequeñas cumbres que alcanzan el clímax en el Nevado del Quindío, a 4.500 metros sobre el nivel del mar. “Cuando uno usa el tiempo libre descubre sus talentos”.
Sobre la Cordillera Central, tres picos nevados. Manizales parece una construcción gótica sobre el filo de la montaña. “El trabajo comunitario es mi refugio”.
Landázuri, Cimitarra, el Río Carare, Yondó. A un lado la Cuchilla de los Cobardes; más arriba, la Cuchilla de la Paz. Morfología del Cañón de Chicamocha. “Todos los que se dedicaban a pensar están muertos. Pero ya nació otra generación”.
Río Verde, Río Esmeralda, Río San Jorge, Río San Pedro. Los bordes de las Serranías de Abibe y Ayapel forman una botija de fértiles tierras. “Los que hablamos de vida ya no estamos tan asustados”.
Anoto frases oídas al azar, convencida de que uno puede ser feliz si deja de mirarse en Facebook. La excesiva relación con uno mismo más que nociva, es deprimente. Sin el otro, no hay felicidad. “El mundo virtual es pobre en alteridad”, advirtió Byung-Chul Han en Topología de la Violencia.
Sabanas, planicie. Atravieso montañas, acantilados y dunas. Desde el aire, la ganadería trashumante de los Wayúu, el mar azul y las playas blancas de sal sin yodo. “Traer un chivo para aprender y dar un novillo cuando se aprende. Esa es la felicidad”.