FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 3 de Septiembre de 2014

Revolución o evolución 

 

En cuestión de gustos no hay disgustos, por esta razón se dice que la moda no incomoda y,  entonces, las ideas no  se exponen por convicción sino para exhibirlas, como en desfile de modas.

La revolución, en todos los escenarios, se conoce por el cambio abrupto y repentino; la transformación de la organización política o social asumida intempestivamente, acompañada de acciones forzadas o violentas. La evolución, por el contrario, es el cambio imperceptible de la Naturaleza, causado por circunstancias derivadas del medio ambiente tanto físico como social, a lo largo del tiempo. La teoría más conocida es “La evolución de las especies” propuesta por Lamarck y secundada por Charles Darwin. (1809)

La sodomía y el uranismo, ahora en vía de consolidación social, cada día adquieren mayor aceptación y publicidad. En los países de Occidente aumentan sus practicantes y sus organizaciones luchan sin descanso para alcanzar su reconocimiento y respeto. El fundamento jurídico y político se apoya principalmente en el respeto al libre desarrollo de la personalidad.

No escapa Colombia a esta “revolución”. La Corte Constitucional acaba de dar un paso trascendental a este respecto. En una decisión de tutela reconoce el derecho a una pareja del mismo sexo de adoptar a un menor, hijo de una de ellas. La sentencia, por supuesto, alborotó el cotarro.

Sin conocer a fondo los argumentos jurídicos de los magistrados, opinar sobre la providencia no deja de ser una improvisación,  razones tendrán sus autores y también las suyas los jueces que salvaron el voto. Lo cierto es que no debe alarmar el reconocimiento de la condición natural de quienes se comportan homosexualmente. Una síntesis de la evolución embrionaria confirma que al comienzo  el ser humano, como otras especies, es indefinido sexualmente y que solamente hasta los tres meses del embarazo, por ejemplo,   define parcialmente su género. Fisiológicamente  no hay  machos ni hembras puros. En todos hay una homosexualidad latente que se reprime, principalmente, por los frenos inhibitorios motivados por la educación y los estímulos sicológicos.

No hay duda que las nuevas tendencias  produzcan, por imitación,  una proliferación de esa conducta humana; la salida del closet ha influido significativamente. La tolerancia ha dado lugar a que quienes optan por esa alternativa de género se muestren sin mayor reato y, naturalmente, el ejemplo cunde. Ya no hay una persecución penal para este comportamiento y,  por supuesto, esa liberación ha estimulado la curiosidad y a las hormonas silenciadas. El homosexual dormido, existente biológicamente en todos y todas, ha despertado y, obviamente, muchas de las provocaciones hoy en práctica han de incidir de manera notable en este proceso. Con mayor razón si los niños no tienen como modelo y patrones de identificación sicológica  una madre y un padre sino  dos “madres” o dos “padres”. Si no hay un límite neto entre lo femenino y lo masculino, por lo mismo esa gramática se puede romper por la evolución o la revolución.