Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Noviembre de 2014

Cayetana en Bogotá D.E.

 

La Duquesa de Alba ha muerto y su deceso  deja un vacío infinito en el corazón de quienes en silencio tantos años la amamos. Ya no hay  esperanzas, salvo que exista la resurrección  y un posible futuro encuentro en el Olimpo brinde una segunda oportunidad. Con ella todo es posible, así  le ocurrió a su último y feliz consorte. 

La conocí en Bogotá, secreto que  prometí guardar hasta cuando el episodio no la comprometiera; aventura propia de su alegre locura juvenil de la cual nunca renegó y que, por el contrario, la hizo infinitamente feliz o, mejor, alegre durante toda su existencia. Era ella excéntrica. Cuando compartimos en la clandestinidad en esta pequeña ciudad americana y disfrutamos el Festival Turístico de Bogotá, pasó inadvertida con su vestido hippie, aun cuando su belleza y donaire la delataban.

La historia de esta anécdota puede parecer fantástica o alucinada. Juan Pablo Llinás, alcalde de Bogotá, organizó entre el 13 y 21 de febrero de 1960 el Primer Festival Turístico, evento que contó con el apoyo del Gobierno nacional que para  promoverlo y financiarlo expidió la Ley 153 de 1959. Fue un acontecimiento divulgado internacionalmente y extraño para esta ciudad de mojigatos.

A esta festividad vino Cayetana, a hurtadillas de su casa, una de sus inocentes  travesuras; quien  motivó su visita fue el inolvidable Antonio Gades. “el bailaor” de García Lorca y, si mal no recuerdo, también, Faustino García, promotor amoroso de la zarzuela en América. Ese acontecimiento bogotano fue único, lamentablemente la crítica y la falta de cultura lo condenaron al  fracaso, pero lo cierto es que a la ciudad llegaron gentes de todos los lugares y entre ellas la Duquesa de Alba, Cayetana Fitz, a quien sorprendí en las calles de Chapinero, gozando los bailes populares. Mis dotes de bailarín y mi juventud le llamaron la atención y por esa circunstancia compartimos hasta la madrugada, cuando nos despedimos en la puerta del Hotel Tequendama. Fue una despedida, para mí, llena de tristeza. Una desolación como la de la Cenicienta sentí cuando me dio un beso en la mejilla y me pidió olvidarla para siempre.

 -      No le contéis a nadie que estuvisteis bailando con la Duquesa de Alba porque te van a señalar de alucinado -me aconsejo-.

-     Tampoco creí yo, en mi ingenuidad de adolescente, que  esta bella mujer fuera Cayetana, pero le prometí mi reserva.

-         Podéis contarlo cuando yo muera; prometédmelo y si lo hacéis ¡te juro que no te arrepentiréis!

Rosendo Rentaría, un amigo panameño que trabajaba en el Hotel y a quien le pregunté si aparecía en el registro, por esos días, Cayetana Fitz, me dijo que había el de una mujer española pernoctando en Bogotá por esas fechas, pero que no era ese su nombre. La Duquesa tenía tantos que pudo usar cualquiera, pero su físico  era solo  uno: bello. Q. e. p. d.