Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Marzo de 2016

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

Secuestrado el dierriére de Ariadna

 

UN contrato suscrito con una agencia de modelaje tiene “secuestrada” a Ariadna,  la virreina Mundial de la Belleza, a punto  que sus exhibiciones publicitarias están en manos de sus representantes. Ya no es dueña de la figura de su cuerpo.

Estos compromisos contractuales- tan corrientes en el fútbol- se enlazan con muchas otras circunstancias de vida de quienes se convierten en figuras públicas. La secuela inmediata es la pérdida de su derecho a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad, confrontado con el derecho a la información, dos garantías constitucionales colisionadas frecuentemente. Claro está que todo en la medida de su compromiso: quien posa como líder debe serlo íntimamente; hay mentiras que no convencen la conciencia, ni aun de los alienados.  

 

Su análisis,  desde el punto de vista del derecho penal,  no merece consideración, un derecho que desde el Génesis ha demostrado su fracaso. El conflicto hay que analizarlo con otra óptica: quien se convierte, por su voluntad,  en figura pública y, además, de esa vanidosa posición se vale para satisfacer su egolatría pone a riesgo el derecho a su intimidad y debe sufrir las consecuencias de sus faltas.

Para ilustrar el debate, ahora suscitado por las revelaciones de Victoria Eugenia Dávila de Gnecco (Vicky)  que padece la maldición de los gitanos: “entre abogados te he de ver”, un ejemplo ramplón pero elocuente viene como anillo al dedo: Una modelo, que se exhibe en las pasarelas y muestra su protuberancia no tiene autoridad para censurar a quien fija su mirada en sus senos, pues si ella los exhibe es para que se los miren. La única prohibición valida es la de los museos: “Mirar y no tocar”.

 

Igual situación padece quien por su propia determinación se convierte en hombre público. Su existencia ponderada deriva de su protagonismo ante las masas y obviamente esta condición lo transforma en objeto desnudo de observación. Exigir que sus secretos no se revelen es apelar a la tesis inmoral de que todo es bueno en tanto no se sepa. El pecado no es más que la contradicción entre la conciencia y el acto. Si el acto se revela por culpa de su autor a nadie hay que sindicar. “Para ser buenos políticos hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas” (Tomás Moro)

 

 Aparte de ese juicio moral, propio de hombres honestos y honrados, hay otro jurídico, aplicable a la solución del conflicto de derechos fundamentales: En las “personas que entran en una zona más iluminada que el común de las gentes, por algún motivo especial…se produce en tales casos un efecto reductor del ámbito de su privacidad” (Novoa Montreal)

 Quien se decida a cumplir el sacramento del “orden”, debe aceptar el celibato; quien se lanza a la vida pública como ejemplo a seguir,  debe vivir justamente. Son estas condiciones cláusulas pétreas del contrato social. Pretender una oscuridad para ocultar conductas que interiormente se reprochan es aplaudir la hipocresía.