Pantaleón y las visitadoras
Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros refiere la historia de “La pies dorados”, una mujer que atendía a los estudiantes del colegio militar “Leoncio Prado”, episodio que retrata no solamente las pilatunas de los estudiantes de ese centro escolar de Lima sino que, por carambola, atañe también a la Bogotá de la década del sesenta y la amable y consentidora “Rosita la estudiantina”, una mujer que satisfacía, por muy pocos pesos, las necesidades de los cadetes de la Escuela Militar. En La Casa Verde vuelve el Premio Nobel a recrear el tema y, por último, en Pantaleón y las visitadoras se ocupa nuevamente, espaciosamente y con humor negro, de esa cultura militar: la compra de prostitutas al servicio del capitán Pantaleón Pantoja, por cuenta del gobierno para recrear a la soldadesca acantonada en Iquitos.
El tema no es, definitivamente, una novedad cultural. Históricamente se ha sabido que parte del botín de guerra lo constituye el asalto a las mujeres. Ahora, cuando no se trata de celebrar el triunfo, de todas maneras la ocupación militar comporta ese riesgo. Curzio Malaparte en La Piel describe en páginas desgarradoras las atrocidades cometidas por los defensores de la libertad.
Por todo esto, conocido desde antes, sorprende el escándalo que se ha formado a raíz del suceso del que fueron protagonistas principales los agentes de seguridad del presidente Obama durante la Cumbre de Cartagena; debe suponerse que para la guardia pretoriana del Príncipe su arribo al Tercer Mundo, una colonia más del Imperio, significaba algo así como la entrada triunfal de César a Roma después de cruzar el Rubicón.
Celebrar en lupanares es una conducta practicada habitualmente en todas las latitudes y prostíbulos existen aun en los países más desarrollados cultural y económicamente. Mujeres que se venden se encuentran incluso en los palacios. Lo que no es admisible es la hipocresía con que se quiere asumir este fenómeno social y pretenderse sorprendidos.
Naturalmente que admitirlo sin estupefacción es indolencia y con mayor razón si se tiene conciencia de que el fenómeno social es endémico y causado por la religión, la ignorancia y la pobreza, causas todas reducibles en sus justas proporciones, como diría el presidente Turbay.
62% del empleo en el país es informal, anuncia con grandes titulares El Tiempo y la Costa Atlántica es la más golpeada. ¿Por qué, entonces, la alarma? Sencillamente porque la guardia pretoriana descuidó al Príncipe, ¡no porque miles de mujeres, adolescentes incluso, tienen que vender su dignidad al mejor postor para sobrevivir! Esa es la censura que se resume después del escándalo periodístico.
La Cumbre sirvió para destapar la pústula que corroe el tejido social, la falsa moral y la miseria humana que se solemniza y encubre detrás del trono. Los indigentes fueron escondidos en Cartagena. Pantaleón Pantoja terminó corrompido por las órdenes que le impartieron sus superiores.