Amarillismo morboso
Pocas veces los medios de comunicación dedican suficiente espacio y tiempo a una noticia política o científica hasta alcanzar la absoluta comprensión de la audiencia. Pareciera como si estos temas se reservaran para los ilustrados o, más bien, no existiera interés en informar a la masa para educarla. En cada caso es preciso indagar por qué esa actitud notablemente diferenciada que asumen los medios cuando se trata de acontecimientos que estimulan instintos primitivos y vulgares. Explotar publicitariamente este primitivismo es lo que desde finales del siglo XIX se llamó “Amarillismo”.
Llama la atención que cierto tipo de sucesos despierten esa proclividad aun en informativos reconocidos por su seriedad, ponderación y buen juicio y caigan en la espectacularidad de lo indecoroso e irrespetuoso de la dignidad y la intimidad de las personas. Pero más grave resulta que personas aparentemente serias, consideradas y, supuestamente, cultas, caigan en regresiones morbosas de esta naturaleza.
Así, por ejemplo, el desapacible y grosero desliz de la escolta del presidente Obama durante su permanencia en Cartagena ha dado lugar a un despliegue periodístico inusual y no precisamente para denunciar la actitud imperialista de estos agentes sino que, por el contrario, este aspecto del suceso se ha menospreciado y solamente la cuestión sexual ha tenido relevancia, a tal punto que la mujer protagonista principal de la novela ha sido objeto de entrevistas en reconocidos medios y su vida privada, íntima, invadida sin respeto.
La atracción sexual es una ley de la naturaleza y esa atracción moralmente educada reduce o mitiga la persecución incontrolada de satisfacción de los instintos primarios. Las razones por las cuales lo primitivo se impone a la educación tienen mucho que ver con el ambiente social, religioso, folclórico y económico. Pero todo esto se desecha cuando de analizar fenómenos vinculados a la sexualidad se trata. El amarillismo renuncia a todo tipo de análisis profundo y control deontológico. Es una extraña circunstancia de reciprocidad: el público satisface sus inclinaciones protervas y el editor se complace con el público excitado, una especie de complicidad entre el voyerista y el exhibicionista. ¡Todos, finalmente, quedan complacidos!
No obstante, al finalizar el espectáculo, flotan en el ambiente muchos interrogantes. El primero, por supuesto, es ¿por qué la víctima es siempre la mujer? La imagen del expresidente Clinton no sufrió menoscabo a raíz del bochornoso episodio con Mónica Lewinsky; la farándula se recreó sin límites en el caso de la camarera Nissatou Diallo y Dominique Strauss-Khan y la víctima, en el juicio, terminó de victimaria y ahora, en el caso colombiano, todos a una censuran a la defraudada Maritornes, a la que escucharon sin tapujos ni reticencias confesar sus liviandades motivada por el desequilibrio que el síndrome del “Tino” le causó de forma tan dramática que provocó la muerte de su abuela y la enfermedad de su progenitora, gracias al morbo de la prensa amarillista.