Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 1 de Abril de 2015

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

Teocracia judicial

El  proyecto constitucional que busca un equilibrio de poderes se ha visto estimulado, gracias al escándalo suscitado en la Corte Constitucional, a raíz de la pelea de comadres que provocó el manejo de una acción de tutela; pormenores divulgados en exceso, de manera que sobra cualquier comentario al respecto.

Interesa destacar en este momento la propuesta que se promueve para sanear la corrupción en la elección de los magistrados de las altas cortes. La cooptación, que rigió en el pasado y que Alberto Santofimio Botero desacreditó en su famoso discurso de Chicoral, se criticó tanto que la reforma del “revolcador” decidió entregarle ese nombramiento a los políticos, valiéndose de muchas triquiñuelas, a punto tal que todos los así elegidos son deudores de su patrocinador y de ahí se deriva su falta de independencia, carencia que, por supuesto, pone en duda la integridad del juez y es la causa del caos actual.

Entonces se hacen  propuestas que, en verdad, nada resuelven. Son tan ingenuas como la famosa anécdota de “la venta del sofá”. Soluciones muy propias de la tradición nacional: se supone que cambiándoles el nombre a las cosas se hacen revoluciones.

Seguramente que la propuesta de organizar una teocracia judicial puede despertar hilaridad, sin embargo, si se estudia el sistema desde sus orígenes, se advierte que los griegos la practicaron valiéndose del sorteo y  evitaron  la corrupción, pues el escogido por ese procedimiento no le debe a nadie su designación, salvo a la providencia o al alea. La democracia ateniense sabía que el voto público era objeto de comercio y que los poderosos tenían suficiente dinero para manipular a los electores, de manera que cuando la asignación de una responsabilidad podía comprometerse con el cohecho, se optaba por el sorteo, previo examen, claro está, de las capacidades de los postulados y de sus inmaculadas condiciones morales. El elegido era el favorecido por la suerte.

En La Ciudad Antigua, Fustel de Coulanges relata cómo para la integración de ciertos cargos que exigían, por encima de cualquier otra condición, una independencia absoluta del funcionario, se apelaba al sorteo y otros historiadores que estudian el sistema coinciden en suponer que dejarle a la suerte la decisión es tanto como entregársela a Dios, un compromiso sagrado al cual no se puede faltar.

Imaginarse que esta propuesta sea acogida es suponer que la política es limpia. Si la política es el arte del poder, a nadie conviene perder oportunidad para elegir al juez, si como todos saben la realidad del derecho está en la sentencia. El problema no es local, otros países han padecido igual incertidumbre: la politización del juez y su dependencia del gobierno o del parlamento. Tanto en los Estados Unidos como en Alemania se han tenido jueces de bolsillo, por qué no habría de ocurrir lo mismo en Colombia. Si se quieren jueces independientes, hay que dejar que su designación sea al azar, previa prueba de sus calidades éticas.