Yo ya no creo sino en los fingimientos de la literatura porque al menos con ellos me cabe la certeza de que vislumbro, así sea temporalmente, un mundo mejor, o por lo menos más vivible, más amable, más habitable, más agradable que este país que se empeña con su deshumanización y anti humanismo en retroceder hasta estadios primitivos de la humanidad.
Dedicada a leer al traductor y ahora escritor Adan Kovacsics, un chileno descendiente de húngaros, de entre las páginas de su más reciente novela salta ante mis ojos esta frase: “Cuando somos otro, somos mejores”. No es la suya una oda al fingimiento, sino la conciencia de una cruda realidad.
Vivimos en el mundo no ya del disimulo sino de la simulación, el de las apariencias de las que habló Platón en el Mito de la Caverna, ocupados como estamos en hacer que todo parezca distinto de lo que es.
Yo propongo que cada día al levantarnos nos pongamos una máscara de gente buena, de gente decente, de gente proba para ver si de pronto se nos pega algo de virtud, al mejor estilo de los wannabe que de tanto fingir ser lo que no son ni tienen, nos llegan a confundir, en un fingimiento que les da réditos porque al menos por un rato cierran las brechas entre ser y parecer.
Como Otto Bula que tira la piedra y esconde la mano. Los dolaretes de Odebrecht no fueron para la reelección orquestada en la octava sino para un empresario de poca monta -ninguneado por los empresarios de siempre- que era amigo del amigo de Santos. Su fingimiento santificó al sanedrín de Juan Manuel.
Como las tales Jessy y Laura que dizque eran amigas de Colmenares y luego presuntamente culpables de coautoría impropia en homicidio y ahora inocentes gracias al fingimiento, ese que beatifica sus caritas de yo no fui y no me importa el muerto que no es nuestro.
Como Vargas Lleras porque la culpa la tuvo el tubo y no él ni Cambio Radical ni más faltaba, al avalar en su nombre a esas dos joyitas que gobernaron La Guajira: el condenado por homicidio ‘Kiko’ Gómez y la destituida Oneida Pinto; él está ocupado en corajudos fingimientos para parecer opositor no ya del gobierno sino hasta de su propio partido político.
Finjamos, que de pronto si empezamos a parecer éticos nos volvemos morales, o al menos buenazos. Porque siendo como somos no vamos para ningún lado.