Los apocalípticos del Big Brother dicen que ahora sí se hizo realidad el Estado vigilante del escritor y periodista británico George Orwell, expuesto a saciedad en su libro 1984; pero qué va, si antes de que entrara en vigencia el nuevo Código Nacional de Policía y Convivencia nosotros mismos y sin ayuda de nadie ya nos habíamos vuelto pornográficos con la vida propia a punta de postearlo todo en Facebook. Nadie necesita ser invadido por policía alguno; para eso ya tenemos el Smartphone y el Iphone.
No hay Saramago que valga; cada uno de nosotros es un panóptico de sí mismo que se muestra en la pecera virtual de la impudicia de Instagram, mientras revela su íntima idiosincrasia y su secreta postura política en 140 caracteres de Tweeter.
Los paranoicos de Vigilar y Castigar, émulos de Foucault, creen que ahora nos va a caer el peso de la sociedad disciplinada, cuando hace rato nos damos látigo para cumplir con las metas de los indicadores de gestión y con los pajazos mentales de la independencia laboral.
Los descreídos de la moral dicen que la suerte está echada. Pero si lo está desde que nacimos porque hemos dejado que otros nos impongan su gramática, tan borregos que somos.
Los predicadores del sentido común aseguran que si le hubiéramos hecho caso a Mockus, quien siempre dijo que era mejor tener el policía adentro – como un Pepe Grillo - y no afuera, ahora no habría nuevo Código.
Tanta tinta chorreada por cuenta del Código para convertirlo en “la primera herramienta con la que cuentan todos los habitantes del territorio y las autoridades para resolver los conflictos que afectan la convivencia y con la cual se puede evitar que las conductas y sus consecuencias trasciendan a un problema de carácter judicial e inclusive de carácter penal. El conocimiento y aplicación de esta normativa permitirá generar las condiciones de seguridad y tranquilidad que son tan anheladas por todos los colombianos”.
Seguimos tan instalados en la minoría de edad kantiana que nos tienen que dar cartilla para vivir en civilidad, para acatar las normas elementales de la convivencia social y ciudadana. El nuevo Código en algunos apartes se parece al Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño: puras perogrulladas.
Yo pienso que más que un nuevo Código necesitamos que nos formateen y que nos reescriban el alma. Así toque acudir a la charlatanería del couching o a los electrochoques de La Naranja Mecánica.