Los límites de un Estado son líneas imaginarias que definen hasta dónde llega su territorio. A cada lado están las fronteras con ciudades, casas, gente, negocios. Es claro que las fronteras son entes vivos y lugares de especial cuidado y pueden ser peligrosas, especialmente en países como los nuestros. La de Colombia con Venezuela no es la excepción. Con 2.219 kms de extensión, la mayor parte corre por terrenos agrestes, ariscos y deshabitados o por ríos más o menos caudalosos. Muchos poblados pero pocas ciudades: Cúcuta y Villa del Rosario en Colombia y San Antonio del Táchira en Venezuela.
Desde la Independencia ha sido una frontera conflictiva, aunque se hayan demarcado los límites. El problema del Golfo de Coquivacoa sigue latente porque Colombia no puede tolerar una costa seca. Aún los gobiernos “democráticos” anteriores a Chávez han amenazado militarmente a Colombia una y otra vez.
Chávez y Maduro, los dos dictadorzuelos recientes, unos personajes maleducados e ignorantes además de “deschavetados”, han usado a Colombia, entregada por Santos en aras de la negociación con las Farc, como “pushing ball” o trompo de poner cada vez que han tenido problemas internos.
La senadora del CD, Thania Vega, en un debate en abril de este año, habló de 48 incidentes fronterizos graves en los últimos siete años. La Canciller dijo en esa ocasión que su “despacho hace lo que puede”. Ha habido incidentes como aquel de marzo pasado cuando se desembarcaron tanques en Arauquita. La Canciller anunció “tolerancia cero” y llamó al embajador a consultas (¿qué pasó luego?). Ha habido muertos, saqueos y amedrentamiento en las poblaciones fronterizas. El pasado viernes no más, tropas venezolanos pasaron la frontera en Arauquita, pusieron retenes y amenazaron a los pobladores. Las Fuerzas Militares dijeron que habían movilizado tropas al lugar pero cuando llegaron (¿cuánto tiempo después?) “no encontraron personal”. Esto terminará, como siempre, con una diplomática y débil protesta.
De otro lado, la frontera sigue cerrada por Maduro. Para todos, aunque ahora se tolera un paso fronterizo en Cúcuta. ¿Para todos? Digo mal: el sector está lleno de maleantes, contrabandistas de gasolina -principalmente militares venezolanos-, y traficantes de drogas. El Eln y las bandas criminales siembran coca a lo largo y ancho de la zona y las fuerzas armadas han sido incapaces de controlar la situación.
Todavía campean en Cúcuta colombianos que fueron expulsados por Maduro y que reciben alguna ayuda de organizaciones privadas pero muy poca de su país. La zona parece dejada de la mano de Dios y está, ciertamente, dejada de la del gobierno. Dicen que hay al menos 20.000 soldados venezolanos a lo largo de la frontera, pero solamente unos 4.000 colombianos. Sin embargo, habrá que vigilarla kilómetro a kilómetro. Para eso se inventaron los drones (los de verdad, no los de juguete). No podemos seguir tolerando las incursiones venezolanas como si fuéramos una inocente e inerme doncella.
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Coda uno: Cuando se inunda el deprimido de la calle 94, yo me siento deprimido porque el responsable de ese elefante blanco está de candidato presidencial.
Coda dos: Murió el fast-track aunque el Mininterior dijo que al plazo perentorio había que restarle los sábados, domingos, festivos y vacaciones judiciales. Y con él murieron las 16 curules de las Farc, aunque Santos, torciéndole el pescuezo a la Constitución, diga que se hicieron mal las cuentas de los votos. De grotesca calificó María Isabel Rueda esa actitud.