FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Abril de 2014

Seducción constitucional
La constitución es la más deseada de todas las normas de nuestro ordenamiento. Su condición preferente como norma de normas es un afrodisiaco natural ante el cual caen propios y extraños en una suerte de feromona jurídica que se manifiesta como una interminable estela de pretendientes ¿Y es que a quién no le gustaría tener una legislatura a solas con ella? La facultad para dictar las reglas de juego en un país, y en especial uno como Colombia, es un antojo tan exquisito para los planes de muchos que la sola idea de lograr sembrar la duda sobre la urgencia manifiesta de adoptar una nueva Carta Magna les dilata las pupilas de placer. Tener a la regla suprema de su lado haría las cosas mucho más fáciles en el camino pedregoso hacia la conquista del poder, una oportunidad imperdible.
Pero parece que ahora, como nunca antes, la selección de figuras públicas que quieren una reingeniería con quirófano legislativo para la Constitución son cada vez más y de sectores increíblemente bastante variopintos. Uribe, Petro, Piedad Córdoba y hasta las Farc, todos han manifestado su deseo de reiniciar el sistema sin guardar los cambios y dictar una nueva sábana de artículos que dará vida a sabrá Dios qué clase de país. A pesar de ubicarse en espectros ideológicos tan disímiles los une el mismo deseo: la veinteañera de 1991 ya no les inspira ni el más bajo pensamiento y creen que la Nación en pleno está de acuerdo con ellos. No saben cuánto se equivocan.
La Constitución de 1991 surgió en el escenario más democrático posible. Veníamos cobijados por un texto obsoleto, redactado en 1886, que no estaba preparado para los desafíos que el inicio próximo del siglo XXI le exigía. Entonces se unieron varios sectores dominantes de la época: los conservadores, los liberales, los desmovilizados del M-19, los indígenas, los estudiantes y demás actores relevantes. El resultado final fue, contra todo pronóstico, un texto garantista y equilibrado que no dejó de adolecer de algunos adefesios que lograron introducir las fuerzas oscuras en la Asamblea Constituyente. Pero en términos generales, aquella victoria revitalizó nuestro aparato estatal y oxigenó de esperanza a un país que creía en tiempos mejores.
Hoy no nos hallamos ante un escenario ni de cerca similar al que gestó esa hazaña en las urnas. Nuestros días son trémulos y algo turbios, pero la Constitución actual ha sabido salir airosa en cada enfrentamiento contra los distintos problemas jurídicos de cotidiano en nuestra política. Desde la segunda reelección de Uribe hasta la destitución de Petro, siempre la niña del 91 prevaleció con una respuesta apegada a derecho. Colombia no puede dejarse tentar por las voces libidinosas que sólo quieren pasar un buen rato legislando a sus anchas en una especie de aberrante seducción constitucional que todos terminaremos pagando.

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Obiter Dictum. Aplaudimos la decisión de eliminar las cláusulas de permanencia aunque esto no agrade a los operadores. Toda la telefonía global se está moviendo a un mercado más libre y ya era hora de que Colombia siguiera el modelo.
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