FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Junio de 2012

Alzheimer patrio

A  sus 51 años, Auguste Deter fue llevada al médico por su esposo para encontrar la razón de los drásticos cambios de comportamientos que había presentado durante el último año. Inmediatamente la vio un especialista alemán de poblado bigote e incipiente calvicie, quien comenzó un sencillo interrogatorio al cuál respondía cosas incoherentes la mayoría del tiempo. Tras una rápida cena se le pidió que escribiera el número ocho en un papel, pero en su lugar sólo plasmó su nombre al tiempo que decía “Es como si me hubiera perdido a mí misma”. Auguste fue la primera paciente diagnosticada con una famosa enfermedad degenerativa que se inmortalizaría con el nombre del doctor que la atendió ese día: Alzheimer.

La memoria es una virtud que todos quisiéramos conservar hasta el final de nuestros días, pero mantener incólume aquel acervo de información no siempre es fácil, pues nuestro cerebro se ve tentado a caer en el juego mental de distorsionar los recuerdos agregándoles extractos de invención propia que luego considera sucedidos tal y como fueron imaginados. Pero este no es sólo un mal de personas, también es un asunto de países y el nuestro sufre de esta patología todos los días desde hace mucho tiempo: olvida sus momentos de indignación y efervescencia con la misma facilidad con la que nacen.

El Alzheimer patrio es claramente palpable por la cascada de hechos acontecidos en las últimas semanas. Todo comienza con el secuestro de Roméo Langlois; luego el atentado contra Fernando Londoño que se resumió a un Rolex robado; después viene el senador Merlano y su descaro al volante; más tarde aparece Sigifredo López con su sospechosa nariz; al rato vuelve Langlois, pero esta vez feliz por el paseo de olla en el que estaba; al rato el país se entera del atroz crimen de Rosa Elvira Cely y da caza a su homicida; y para cerrar con broche de oro, un testigo estrella inesperado manda a la cárcel a Carlos Cárdenas en el Caso Colmenares. En resumen, un ritmo mediático bastante intenso que nos tiene constantemente en estado de rechazo, pero que luego nos sume en una paquidermia y somnolencia plena que generan perplejidad.

Los escándalos y la reticencia de la ciudadanía en el país tristemente suelen ser flores de un día que se marchitan con increíble velocidad. La descripción de la enfermedad que padecemos se puede percibir en varios síntomas que siempre se repiten con macabra sincronización: al principio hay un rumor o un evento que se extiende como pólvora a través de las redes sociales, los noticieros inician el amarillista cubrimiento, posiblemente haya una marcha o dos, miles de tweets se escriben sobre ello y al cabo de un par de días la espuma desaparece y la situación vuelve a lo mismo. Debemos dar el paso más allá de la chiva noticiosa y mantenernos firmes en nuestros rechazos, luchando contra el olvido para que nunca nos suceda lo de la pobre Auguste y debamos admitir que nos perdimos a nosotros mismos.