GENERAL (R.) LUIS ERNESTO GILIBERT VARGAS | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Mayo de 2012

El matoneo escolar

No es nuevo el comportamiento en los centros educativos de ciertos jóvenes estudiantes, demostrando altos niveles de agresividad hacia sus compañeros. Pienso que todos en determinado momento de la vida la sufrimos desde algún frente, bien sea como agresores o agredidos; en la mejor de las circunstancias fuimos testigos de este tipo de conductas. Por aquellos tiempos, con nuestra queja a los progenitores y la querella de éstos ante las directivas del colegio, era suficiente para zanjar el problema.

Pasado un tiempo, cuando me desempañaba como Comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, trabajando en los frentes de seguridad tuve la oportunidad de acercarme a disímiles núcleos familiares y logré una percepción bien preocupante sobre este tema del matoneo y su dificultad para neutralizarlo. Permítanme con ese conocimiento hacer ciertas consideraciones. Percibí que los padres se jactan ante conductas violentas proyectadas por sus hijos; lo grave es que, a más de sentirse orgullosos, los impulsan en arengas familiares o públicas a continuar con esos comportamientos traducidos de valentía, alardeando que sus vástagos no se dejan de nadie y, por el contrario, mantienen amedrentados a sus compañeros en el colegio, palabras que percibo necias, pero son recibidas cual premio o galardón a la hombría a ojos de los jóvenes. A lo anterior se suma la tesis del engaño, fraude y ventaja, interpretado como viveza en los negocios mediante la picardía, actividades tendenciosas que con el tiempo traerán funestas consecuencias. Observé padres convencidos de que esos procederes no están desviando la buena educación y proba formación de sus hijos.

Ahora bien, vamos a los centros educativos donde estos mismos estudiantes por sus posturas y agresividad se van identificando entre sí, organizándose en grupos de presión para coaccionar a los demás alumnos, obligándolos a ejecutar actividades o asumir comportamientos acordes a sus intereses; lo anterior sin que los docentes se percaten, pues su compromiso con la formación, disciplina y dirección del alumnado se circunscribe a las aulas de clase, no a lugares de esparcimiento y recreo, espacio utilizado para confirmar dominio sobre los compañeros. Ante esta situación es apenas lógico que la problemática vaya tomando dimensiones caóticas y llegue al punto de imposible control, difícil retorno, donde no valen quejas de los padres y los docentes se declaran incapaces de enfrentarla, demandando por ello la presencia del Estado y la Fuerza Pública buscando enderezar estos comportamientos.

Es clara la responsabilidad familiar, urge una reorientación hogareña sobre los conceptos de hombría y valor, necesitándose ese insumo que agrega el compromiso de maestros y directivos para ejercer un estricto control buscando la detección temprana de estas manifestaciones de violencia escolar, logrando prevenir la intimidación y matoneo. No podemos claudicar dejando en manos del Estado la educación básica y combatir la agresividad con la fuerza.