No cabe duda de la importancia geopolítica de los ríos. Es tan evidente que parece exenta de prueba. Sin embargo, suele ocurrir que las cosas más obvias son las primeras en pasarse por alto. Semejante negligencia cuesta enormemente a cada individuo en su vida cotidiana, y ha definido la suerte de no pocas naciones. Valga pues la insistencia: los ríos importan, y la geopolítica de los ríos será un factor determinante en el futuro de las sociedades, la estabilidad política de las naciones, y en la paz y la seguridad internacionales.
Para empezar, no son pocos los ríos que sirven de límite entre Estados. De ahí que, con alguna frecuencia, se susciten a su alrededor las más básicas controversias internacionales: las relativas a la soberanía territorial. En primer lugar, porque los ríos son estructuras dinámicas, y están sujetos a fuerzas elementales y a condiciones geológicas y ambientales que pueden alterar su caudal y su curso, y conducir a la aparición de nuevas formaciones. Pero también, porque la acción humana tiene inevitablemente un impacto sobre ellos. Así lo ilustra muy bien, por ejemplo, el litigio entre Costa Rica y Nicaragua en relación con el río San Juan, fallado por la Corte Internacional de Justicia en 2018.
Además, los ríos son, en muchos casos, verdaderas autopistas, corredores esenciales para la movilidad y el comercio -especialmente aquellos que, en su recorrido, atraviesan varios Estados-. No sorprende, entonces, que la primera organización internacional en el mundo fuera, precisamente, la Comisión Central para la Navegación del Rin,-establecida en 1815 y aún operativa. Tampoco que sean empleados como canales para el tráfico ilícito de personas y de toda suerte de bienes, y, por lo tanto, susciten creciente preocupación en materia de lucha contra el crimen organizado transnacional.
¿Qué decir de los ríos como fuentes de agua potable, como imprescindibles para la agricultura y otras actividades productivas, como generadores de energía, como centros de gravedad ecosistémica?
Los ríos importan. Las crisis de agua (que son, por definición, indisociables de los ríos) ocupan un lugar prominente en el inventario de riesgos globales. Y quien habla de ellas también está hablando de fallas en la infraestructura crítica, desempleo, clima extremo, cambio climático, pérdida de biodiversidad, desastres naturales o antropogénicos, conflictos internos e internacionales, problemas de planeación urbana, migración involuntaria, riesgo de enfermedades infecciosas, y hambrunas. Se trata de un riesgo intensa y profundamente interconectado; y, nunca mejor dicho, con un enorme potencial de desbordamiento.
Los ríos importan. Bastaría preguntarle a Egipto, Sudán y Etiopía, a propósito de la Gran Presa del Renacimiento, en el Nilo Azul. O a los campesinos chihuahueños que protestan por el intercambio de agua con Estados Unidos, en virtud de un tratado de 1944, a la larga favorable a los intereses mexicanos.
Los ríos importan. Debería saberlo muy bien un país como Colombia, que tanto se envanece de ser potencia hídrica mundial. Y debería, por lo tanto, obrar en consecuencia.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales