“¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. (…) la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique”.
Así de perdida, como en este cuento corto de la argentina Ana María Shua, me sentí cuando abordé el Gloria y por vez primera me enfrenté al lenguaje marinero. Todo para poder escribir el libro de los 50 años de nuestro buque escuela que será presentado el 25 de julio en Cartagena.
Es tan grande el mar, tan esquivo el horizonte, tan parlanchinas las olas y tan ruidoso el viento, que los marineros se tuvieron que inventar hace centurias un nuevo alfabeto, el de los silbidos con pito, el denominado pito del contramaestre.
Al igual que un fino instrumento musical, es esencial conocerlo y saberlo usar. Solo así se logra una inmensa variedad de notas, tonos, trinos y gorjeos, y sobre todo transmitir el mensaje, la energía, el ritmo, con un lenguaje complejo, lleno de significados y significantes, como los fonemas del mar.
Sobran las palabras mar adentro; sobran por sustracción de materia porque no se oyen. No cargan diccionario los tripulantes; colgada al cuello llevan su rabiza, tejida por ellos mismos a punta no de crochet ni de macramé, sino de nudos marineros, y de la punta pende el pito con el que hablan un idioma complejo de más de cien variantes y cuando se calla el silbato, los hombres y mujeres de la Armada usan hablan y uno se siente inmerso en una página de Miguel de Cervantes Saavedra o de Quevedo: todo suena a castellano antiguo.
Yo me embarqué con un pequeño Larousse. Porque en la Colombia de montañas en la que nací no se sabe qué es sotavento, jarcia, jabeque, tajamar, aunque la literatura del gran Álvaro Mutis nos haya enseñado lo que es un gaviero.
Es que en el Gloria abrigar no es ponerle a otro la cobija, sino “llevar una embarcación a resguardo del viento o de la mar, o de ambas”; achicar no es hacerse invisible ante el miedo sino “extraer el agua mediante bombas u otro procedimiento”; la bandera es un estandarte, escarceo no es coqueteo sino “efervescencia o movimiento particular que se nota en la superficie del mar en la línea divisoria de dos corrientes de agua encontradas”; el estribo no es el escalón de la carroza de Cenicienta sino “un trozo de cabo hecho firme de trecho en trecho en las vergas para sostener el marchapiés a una altura conveniente”, pero no supe qué era un marchapiés; ñeque no es un roedorcito parecido al conejillo de Indias sino “fuerza” y foque suena feo pero es una linda “vela triangular”.
El pito llama a zafarrancho. Palabra despelucada. Creo que por fin empezará la hora feliz, pero no: zafarrancho no es zaperoco ni revoltijo ni despelote: es la orden de maniobra general. Menos mal que es un ensayo. Cada cual a lo suyo y la civil a desembarcar.
El mar está sereno. Celebro no haber oído el verso de Shakespeare. “¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor!”
Gloria inmarcesible, eterno.