Con Gina, por Bogotá
UNA de las cosas que Bogotá va a definir el próximo domingo es, si a pesar del caos, los desfalcos, la inseguridad y el escepticismo vividos en los últimos años, todavía le queda -a la ciudad- la capacidad de pensar y pensarse en términos de renacimiento.
Si cree que todo está perdido, y sólo queda aferrarse con desespero a la versión política del indio Amazónico (y, por ejemplo, tragarse el cuento de que en Bogotá el agua será gratis); o si todavía conserva la facultad de diferenciar entre un señor que regala caramelos pegajosos a la salida de una escuela, y un candidato -una, para ser exactos- que no promete lo imposible, sino trabajo, conocimiento y honestidad.
Es decente y pertinente no ofrecer milagros, porque lo que vamos a tener el domingo es una jornada electoral y no una procesión a la virgen. Es decente y pertinente no jugar con los ciudadanos, ni rebanarles descaradamente el coeficiente intelectual, para dejarlos hábiles frente a espejismos inviables.
Está muy próxima la fiesta de telarañas del 31 de octubre, pero eso no nos obliga a respaldar a los lobos que se disfrazan con piel de oveja: por favor, no convirtamos la jornada del domingo, en el Halloween de la política.
Un candidato que, como Petro, comete el despropósito de compararse con Nelson Mandela -y ni siquiera lo hace en la intimidad de un consultorio psiquiátrico sino frente a miles de televidentes- debería generar francas sospechas.
Pero bueno, eso va en gustos.
Lo que no va en gustos, es que dejemos pasar la oportunidad de ser dirigidos, organizados y armonizados (finalmente creo que la misión de un alcalde se trata de dirigir, organizar y armonizar recursos físicos, tecnológicos, financieros y humanos para darle cuerpo y alma dignos a una ciudad) por una persona; o mejor dicho, por una alianza, que ha demostrado ser capaz de aportar y generar inteligencia, honestidad y confianza, valores sin los cuales es imposible construir personas y sociedades de bien.
Palabra más, palabra menos, Petro dijo que no votaría por Gina porque ella no conoce a los pobres porque no nació entre ellos. Según eso, oncólogo que no haya tenido cáncer no sabría curar a sus enfermos; y policía que no haya sido ladrón no sabría combatir el delito. ¡Qué mediocridad de argumento!
Señor Petro, ser pobre no es ni un crimen ni un mérito. Lo que sí es reprochable, es que independientemente de la condición socio-económica a la que cada quien pertenezca, no se trabaje para sacar de la pobreza a los más necesitados. La responsabilidad es directamente proporcional a las capacidades (intelectuales, espirituales, económicas, artísticas, físicas...), y fíjese, Petro, que desde muy joven, Gina Parody decidió poner sus capacidades -dentro de un marco ético, legal y jurídico- al servicio del bien público, afirmación que difícilmente podría decirse de usted.
Votaré por Gina y por Bogotá. Votaré por dignidad, independencia y seriedad. Y hasta votaré con esa alegría que nace de la convicción positiva... Cosa bien distinta a tantos votos del pasado, condicionados por la urgencia de escoger no el bien mayor, sino el lánguido mal menor.